El azadón campesino.
"Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto es ya una elección. (William James)
Cada cuatro años en mi país, se preparan sus gentes para votar en busca de un nuevo presidente. Una de las normas que se deben cumplir, para evitar trastornos, es la no venta de licor. Pues bien; los cantineros del pueblo a sabiendas que sus ganancias se van al suelo con la medida, se rebuscan la manera de quebrantarla. ¡La imaginación es algo asombroso! Los varones del Sitio, han sido buenos consumidores de licor y más en ese instante, porque es cómo siempre se ha manifestado: "no hay nada más bueno que lo prohibido". Los pocos policías que cuidaban del orden, daban sus rondas por los establecimientos públicos, esperando encontrar a alguien que estuviera quebrantando la ley. Nada se veía anormal; todas y todos tomando tinto (café), los más, algunos bebían refrescos con pitillos. Algo se veía distinto a lo que acontecía en tiempos normales y era que pocos estaban sentados en las mesas de los bares; entraban hasta el mostrador en pequeñas tandas, donde el cantinero les tenía servido en pocillos su pócima y rápidamente volvían a pararse fuera del negocio. En el kiosco sí se encontran las mesas atiborradas de personas, el traganiqueles no se cansaba de brotar discos de 78 revoluciones por minuto, con melodías de cantantes de antaño, uno que otro tango atravesado y sobre todo se escuchaba la voz de Alfredo Sadel, cantante de moda para aquellas calendas, cuando se enamoraba con poesía.
El Metro de Medellín, cruzando la Unidad Deportiva.
Pasaban las horas y por las calles o atravesando las eras del parque, se iban viendo personas zigzagueantes, gritando que viva tal o cual partido; muchos por gracia de Dios se escapaban de ir a la guandoca, pero eran bastantes, los que amanecía allí. El asunto era que los cantineros para despistar a los gendarmes y no pagar multa, daban a la clientela licor en pocillos para el café o echaban en las gaseosas, sacando parte del contenido y depositando en ellas, tragos de ron. Lo cierto del caso, es que en el día de abstinencia etílica, eran más las libaciones, peleas, ebrios, hogares a punto de estallar, por no aguantar a un marido haciendo el oso imitando a Gardel.