Añejo balcón aún conservado.
"Creemos, sobre todo porque es más fácil creer que dudar, y además porque la fe es la hermana de la esperanza y la caridad. (Alejandro Dumas).
Desde toda la vida Copacabana se ha distinguido por el aseo y buen mantenimiento de sus calles, por eso, se prestaban para recorrerlas montados en bicicleta. Para el común de los niños, les era imposible tenerlas, pero algunos padres, trabajaban en empresas de municipios vecinos; las adquirían para poder llegar a sus trabajos. Los hijos de éstos, en los días de descanso, las sacaban a relucir con la venia del taita, que muellemente acomodado en la cama, disfrutaba del asueto. Los otros, para poder darse el gusto y que no la poseían, tenían que pedirle dinero al progenitor, para llegar hasta el alquilamiento, -que con muy buen ojo de negociante-, había instalado Jesús Gallego "Chucho"; fuera de éste, no existía ninguno más. Al no tener competencia, el lugar se mantenía abarrotado de niños y hasta adultos, a la espera de encontrar una cicla libre y en buen estado. Al hallarla, empezaba la parafernalia de la montada: se marraba la bota del pantalón para no llenarla de grasa con la cadena, se quitaban la ruana, el sombrero, arremangada de las mangas de la camisa; se daba por los alrededores una pequeña vuelta, para comprobar el estado del aparato, y sí sé acomodaba a él, salía lo más campante a disfrutar de una hora de sana diversión.
Viejo balcón en la calle del Comercio.
En principio, se daban vueltas por los alrededores de la población. Se paseaban para que las niñas, los amigos o los padres, los divisaran. Llegó el momento, en que alguien atrevido, se lanzó a la carretera que comunicaba con pueblos vecinos, algo qué se les había prohibido por el peligro que ello podía traer. Nadie se dará cuenta, era lo que mentalmente, se decían. Trepaban por la vía ardua y serpenteante de la exuberante topografía que enmarca la región. Se le veía fatigados en las subidas y como alma que lleva el diablo en las bajadas, apostando al que llegara primero al plan. Al llegar de regreso de la travesía y travesura, daban varias vueltas por el parque con aires de valientes, dándole a los pedales para atrás para que la cadena, saliera un ruido característico y con él, el sabor del triunfo. En fila india, llegaban al alquilamiento. Chucho estaba en la puerta, para revisar las bicicletas y cobrar el tiempo invertido y, ellos, juagados en sudor, con amplia sonrisa comentando la inolvidable azaña.
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