Dados y billetes viejos.
"Solamente hay un éxito: Poder vivir la vida a tu gusto" (Cristopher Morley)
Nacen personas con un talento especial, para actividades común y corrientes. Es el caso del hombre qué en Copacabana, arreglaba los traganiqueles o pianos como eran llamados aquellos aparatos, en principio, con veinte melodías pasando luego a 50 y por último 100, con que los dueños de las cantinas, atraían a los consumidores de bebidas espirituosas y que en el Sitio de la Tasajera (nombre con el que se conoció la antañona ciudad en un principio), eran centenares; unos, lo hacían por pasatiempo, algunos más, por compartir con los amigos, otros, por recordar a la mujer amada en las tonadas llevadas a los acetatos y una gran mayoría para adormecer las penas al emborracharlas con cerveza y aguardiente. Los fines de semana, los lugares, se veían inundados de personas de todas las calañas; había establecimientos en que sonaba música campesina para personajes que bajaban de la montaña; los especializados en tangos, para hombres citadinos y otros, con melodías del pasado, que era la gran mayoría. Nuestro personaje, caminaba de extremo a extremo la población, a la espera de encontrar en el recorrido, un aparato de esos que no estuviera funcionando; él seguía el camino con cierto disimulo, a sabiendas que a sus espaldas escucharía el llamado para la reparación ¡Y así era!
Lo que se encuentra dentro de un carriel antioqueño.
Con pericia innata, arreglaba en un dos por tres, el enfermo musical y los contertulios se llenaban de alegría. Volvía la normalidad; se escuchaban nuevos pedidos de licor, en frente del 'piano' personas y la faz del dueño resplandecía al ver el negocio produciendo pesos. Pero no sólo era bueno en esos menesteres. Le encantaba sentarse en las bancas del parque con un pequeño grupo a despotricar de todos y de todas. Para nuestro individuo, no existía dama digna de serlo, todas tenían su pecado y él, se lo conocía. Le manifestaba a los tertulianos con aire de superioridad: "mijo, para conocer lo que sucede en el pueblo, hay que trasnochar". Con tez morena, figura rectilínea y sombrero se le veía por cuanta tienda o cantina existía, siempre con un pocillo de café, que saboreaba, mientras miraba de soslayo a quien pasara, para hacerlo víctima de su lengua viperina. Fue de esos personajes que nacen en cualquier lugar, que uno no puede olvidar, admirado por su presteza u odiado, por la bajeza del comportamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario