Deportes Copacabana 1957.
"La música es para es para el alma lo que la gimnasia es para el cuerpo" (Platón).
Las hondas hercianas-tan queridas ellas- siempre han esperado llegar hasta el último rincón de la tierra, son tan buenas, que penetran hasta el hogar más humilde y Copacabana no podía ser la hija de la peor mama. En los hogares dedicados a la hechura de ropa de cargazón sonaba el día entero, música campesina, boleros y algunos tangos, que desde los estudios de las pocas emisoras, ponían a rodar en los torna-mesas; en otras residencias, el locutor leía noticias para mantener informados a los radio escuchas, claro que aquellas, no estaban inundadas de violencia, algo distinto a lo de hoy. Unas emisoras, se especializaron en dramatizados que la familia entera, reunida alrededor del aparato transmisor, se deleitaban, ya con llanto o carcajada suelta según la trama. Los locutores para ejercer el oficio, bebían pasar pruebas ante el Ministerio de Comunicación para otorgarles la licencia; eso hacía, que fuera grato escucharlos. Buena dicción, voces pausadas, entonación, excelente lectura; jamás voces estrafalarias o denigrantes. Eso era, radiodifusión.
Letra de Nina en un cumpleaños de mi padre año 1949.
En el recuerdo quedó un extenso programa dominical, que hacía feliz a las gentes de las veredas; La Hora de la Escoba. Guillermo Hincapié, el animador, le daba gusto a la audiencia campesina con el género musical de los trabajadores de la tierra. Mientras las mujeres le daban forma a un suculento plato en la cocina, los varones se sentaban en la tarima del corredor con taza de café en la mano, a escuchar bambucos y pasillos salidos del radio RCA. Víctor. La aguja del dial, no se movía de la Voz de las Américas, emisora que sabía de sus predilecciones. La gente citadina en cambio, esperaba que fueran las doce del medio día, para escuchar las noticias ya fuera en la Voz de Medellín con Luis García o la Voz de Antioquia con Pablo Emilio Becerra. En la tarde, la familia se reunía con devoción a escuchar por Radio Nutibara, el rezo del Santo Rosario en la voz del padre Tomás Villarraga, de camándula en mano; la abuela, entre dormida con el ovillo de hilo sobre las piernas, el padre, con la pretina para infundir respeto; los niños semi dormidos, por el cansancio de los juegos del día; el gato trepado en el regazo de la madre, mientras el perro ladra, por la llegada de un visitante inoportuno. Estampa familiar, que desapareció del 'hogar'.
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