MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 17 de octubre de 2012

¡QUÉ FUTBOLISTA!

Virgen del Perpetuo Socorro antañona.


"La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho." (Marco Tulio Cicerón)

Cuando se estaba pequeño en el poblado, las diversiones siempre eran las mismas, al igual que en otras latitudes. Jugar pelota, hacer zumbar el trompo, reunirse a jugar canicas, ir a la quebrada a disfrutar de un buen baño, deslizarse por la manga en la coca de una hoja de palma; hacer carritos de madera y apostar carreras, disfrutar con aros en compañía de los amiguitos hasta quedar exhaustos; atravesar el río a nado, para coger naranjas en solares ajenos. Tantas cosas sutiles e ingenuas, que llenan el corazón del niño de alegría. Empezaba el desarrollo normal y los gustos iban cambiando; muchos de los amigos de esa primera etapa de la vida, se quedaban atrás; algunos cambiaban de residencia y se trasladaban a pueblos vecinos o a la capital; unos más, encontraban actividades que los alejaban y ya poco se volvían a ver. Los que quedan empezaban a mirar la actividad deportiva, como una buena meta. El fútbol era en definitiva la mayor atracción. Siempre en el ayer, llenaban la cancha a ver los partidos y querían ponerse el uniforme del Deportes Copacabana.

Carriel Antioqueño.


En el pueblo siempre hubo buenos jugadores y el equipo fue mirado con respeto en el departamento. Para aquel entonces, se utilizaba un portero, cinco defensas y cinco delanteros –MW-. Los números de las camisetas estaban siempre distribuidas en esa misma forma; el arquero llevaba el 1 y el puntero izquierdo el 11. Hugo Casas, era el puntero derecho o sea que era el número 7. No era un hombre alto, pero sí fuerte; tenía extraordinaria velocidad, le pegaba fuerte al valón y desde lejos hacía bellos goles que la gente aplaudía a rabiar. Juacundo, cómo lo llamaban, era serio, más no repelente. Cuando los jugadores empezaban a cambiar la vestimenta para una confrontación, nuestro hombre, del maletín, sacaba el uniforme arrugado todavía con muestras del partido anterior; en los guayos habían desaparecido los cordones y fueron remplazados por alambre. Dejó huella en todas las canchas que pisó, por la velocidad en los desplazamientos, en las gambetas y en los goles. ¡Lástima que exista el olvido!   

 


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