Espejo de agua foto Horacio Castaño.
“Los parientes nos los
da el azar, pero elegimos los amigos” (Jacques Delille).
Siempre se regresa a lo
que se ama. Por cualquier motivo se deja la querencia y cuando ese momento
llega, antes de partir, escapan lágrimas que ruedan por el rostro formando
signos de interrogación ¿Qué nos espera más allá al abandonar el suelo que
amamos? ¿Volveremos a ver los amigos qué hicieron partes de nuestras vidas?
¿Nuestros ojos se posarán algún día en las bellas mujeres que engalanaban con
su belleza las viejas calles, el antiguo kiosco, las naves del templo? ¿Cuándo
regresemos, encontraremos los espacios arborizados, los caserones en dónde
dormía la nobleza enquistada a los antiguos moradores? ¿La plaza estará el
domingo llena de mercaderes bajados desde la agreste montaña? ¿Las vacas y los
caballos pastarán sin temor en las mangas circundantes? Tanta pregunta, hace
que la salida, se vuelva conflictiva y acreciente el dolor que el alma no puede
ocultar.
Con el tiempo se
regresa y los crueles interrogantes empiezan a despejarse. Nada, nada está en
su sitio. La visión con la que partimos, solo ha quedado en el recuerdo. Son
muy pocas cosas las que quedan en pie, las demás las arrasó el ‘progreso’ y su
pala criminal. Ya las casas de tapias con innumerables piezas para dar cabida a
la prole, se extinguieron junto con los inmensos portones por donde entraba la
amistad, el aire, la luz y el sol. La zona verde de los resistentes guayabales
que hacían las delicias a la corriente de la quebrada, cayeron y se llenaron de
pavimento y casas demarcadas.
Hermosa flor foto Luis Fernando Mejía.
La escuela de los
viejos maestros, el inmenso patio de matas florecidas, la piscina en aquel
rincón de la alegría, la pila en el centro amortiguadora de calores de medio
día, le dio paso a la mole de cemento que una gobernante engreída en la
política y el superfluo culto a la vanidad, tiró al suelo sin importar la
historia. El teatro en que se pasaba horas deliciosas los domingos con
películas de vaqueros, se colmó de escombros y en la soledad de las noches de
seguro como fantasmas, se escucharán los gritos de la chiquillería y nada raro,
un suspiro de mujer enamorada. Las cantinas, sus traganíqueles con los discos
de 78 R.P. han fenecido y yacen cubiertos por el olvido. El presagio en la
partida se hizo realidad y aquel llanto furtivo no estaba equivocado, todo
habría de cambiar.