Cambio de tradiciones
Por largo tiempo la innumerable familia de los Montoya, se
dedicaron al transporte de alimentos y cuanto cachivache la gente de la
población necesitaba transportar hasta el pueblo. En los carros de escalera
cabía poco en el ‘capacete’ y lo peor del asunto, costaba más.
Los tenderos, buscaban a los Montoya y sus carros de bestia,
para que desde Medellín se les trajera buenas cantidades de arroz, panela,
frijol, lentejas etc. Por la carretera vieja –como se llamaba la única vía-,
partían todos juntos en caravana. Las esposas y madres estaban en los fogones
en las primeras horas del día preparándoles el café y algo de comer, mientras
ellos, le picaban caña, les brindaban melaza y les acomodaban el arnés a las
mulas, yeguas y caballos para emprender el viaje.
En fila india daban las vueltas del camino hasta hacer su
entrada en la capital industrial. Llegaban a la plaza de mercado o lugares
adyacentes en que existían innumerables depósitos que como botica, tenían de
todo para surtir las tiendas de abarrotes de la población. Muy temprano estaban
de regreso, con el planchón atiborrado de mercancía. Por el camino, de las
viandas empacadas por los seres queridos, mitigaban los primeros llamados del
hambre, que produce el trabajo duro, pero honesto. Los animales igual que los
amos, conocían la travesía del recorrido diario. Sus músculos se tensaban con
el peso, mostrando a cada paso la hermosura de la anatomía y sin reproches
acortaban el camino de regreso a la querencia.
Los que remplazaron los caballos.
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os dueños de los carros de bestia, deshacían el trayecto a
pie descalzo, para aligerar de algún modo la carga del animal, aunque por
ciertos sectores planos, se encaramaban sobre la carga, para encontrar un poco
de descanso durmiendo con los ojos tapados por el sombrero, sin temor. Sabían
que la bestia conocía el camino y no se apartaría ni un centímetro.
Conversaban poco. Eran hombres egocéntricos y de mal humor.
Germán, era de baja estatura, tal vez, el más pequeño de los
hombres de la caravana con los carros de tracción animal. Pero a pesar del
tamaño, era musculoso, de una fuerza descomunal, la que empleaba en la carga y
descargue con gran rapidez y sin un lamento o reproche por el exagerado peso.
Lo mismo era su caballo, movilizaba los bultos como si no los sintiera. Era, de
gran tamaño, que sin ser un percherón, en muy poco se diferenciaba. El dúo,
hombre y animal, siempre llegaban al centro de la población en primera
instancia y eran los primeros en estar en la casa en el condominio de los
Montoya en la vereda el Pedregal; no sin antes de lanzar fuetazos a los niños
que querían montarse.
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