Horizonte gris.
“Deje de lado el dicho
‘El que no llora no mama’ y cámbielo por: ‘No llore mame’”. (Ignacio Orrego).
El día que pasa se
vuelve historia, entra en el recuerdo de las páginas de la vida. Bueno o malo
el acontecer vivirá para siempre. Darle olvido, es querer arrancar la verdad
para engañarse, mentir ante una sociedad y ocultar a los descendientes el
acontecer recorrido en cada hoja desprendida del almanaque, a la vez, se priva
de disfrutar de los aciertos y errores.
Hacer recuentos, es una
agradable forma de sentir que aún estamos vivos; repasar caminos andados y de
una forma u otra, oxigenarnos dándonos un nuevo aire de vida, a pesar de los
muchos años transcurridos. Lo escrito, vuela como ave migratoria y llega hasta
lugares impensados, nada raro es, que se deposite en la mente de alguien que ve
con tristeza, que la piel pierde su suavidad; que los cabellos no son ondulados
y escasean, que el caminar se hace lento y, algo de lo que ve, le da valor para
aceptar que la vejez es una hermosa etapa, como lo fueron la niñez y la
juventud; de éstas, nos ligamos a la fuerza vital, de aquella a la sabiduría de
la experiencia, que bien encausada, dará frutos exuberantes en los seres que
amamos al transportarles los conocimientos vividos en bandeja de plata. Bello
el ayer descubriendo, hermoso el hoy transfiriendo.
Ninguna etapa de la
vida es causante de dolor ni amargura.
Antigua escuela desaparecida de niños de Copacabana.
Ir plasmando acontecimientos sin colocarle
biombos, dejar al descubierto el acontecer de una vida recorrida enjaezada al
brioso corcel que recorre la extensa llanura de la supervivencia. Parar a
disfrutar de los encantos del amor y espolear de nuevo los ijares, para dar
alcance a otras sorpresas que se encuentran a lado y lado del desconocido
sendero. En principio, la rienda se halla suelta para no ser reprimida en la
atropellada y con el curso del tiempo, el freno se va comprimiendo para que la fogosidad
no lo lance al abismo y no tener que escuchar las carcajadas del vulgo, que no
perdona que las cosas se salgan de lo normal. Una vejez aceptada con
discreción, es la cúspide de la honorabilidad.
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