Balcón de Copacabana ya desaparecido.
“A la piedra arrojada, no le importa caer ni subir”. (Marco
Aurelio).
I
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niciar una
obra de semejante envergadura, no es cuento fácil. Habrá un momento para contar
con pelos y señales todas las peripecias encontradas por los quijotes que se
embarcaron en éstas lides. Hoy sería como una anécdota de las mil y más que
acontecieron por la existencia de los 1560 en el dial.
Los
estudios pasaron por muchos locales; cuando el hecho ocurrió, estaban
instalados el antiguo edificio que ocupó el concejo, ubicado en la calle del
Comercio, en el segundo piso. Todo marchaba con la tranquilidad de siempre. Es
bueno explicar que la antena estaba colocada en el Morro del Cementerio; ésta,
era una guadua lo más derecha que se pudo conseguir. El equipo transmisor
estaba unos metros abajo en casa de don Francisco Meneses; hasta los estudios
llegaba un cable de timbre, que hacía posible que a los
Local en que funcionó la emisora.
receptores
llegara las emisiones a un público que era feliz de escuchar la emisora propia.
La tarde su
puso gris, nubes cargadas de agua; el viento soplaba con fuerza que propiciaba
los golpes de las ventanas. La lluvia no se hizo esperar y lo peor, aparecieron
los rayos. En el momento en que el locutor identificaba la emisora pegando sus
labios al micrófono, una chispa eléctrica iluminó el entorno, por los aires se
vio el micrófono volar y el presentador,
con la palidez de un cadáver sin poder volver del susto.
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