Antiguas casas del barrio Bueno Aires
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n la cultura antioqueña
(de antaño), era una costumbre ancestral, el abandonar la querencia del hogar
en busca de mejores oportunidades o, simplemente por conocer otras costumbres.
Salir para crear nuevos pueblos a golpes de hacha, así colonizaron medio país.
Algunos, han dicho de esta actitud, que es por la descendencia judía que navega
por sus venas, opinión que muchos rechazan. Sea lo que fuere, el paisa, (como
también se le llama), ha sido un aventurero incansable que descansa cuando da
el último aliento.
Los antepasados se
lanzaban a los caminos montados a lomo de mula, pero la mayoría a pie limpio, haciendo
jornadas hasta encontrar una fonda caminera, en la que hallaban lugar para
descansar, tomar algún alimento y pasar la noche. Al despuntar el nuevo día,
emprendían la jornada, por barriales, travesías de ríos, empinadas cimas y
despeñaderos arriesgando la vida. Algunos se regresaban por enfermedad o temor
a lo desconocido; otros más, nunca se volvía saber y la gran mayoría, se
establecía en lugar escogido y en poco tiempo era el gamonal del contorno. La
nueva generación, no es ni el remedo de aquellos montañeros de ruana, carriel y
peinilla, tipleros, aguardienteros y trovadores repentistas que llevaban en el
alma la honestidad custodiada por una barbera; se levantaban temprano para
despertar al sol, que aún se encontraba dormido cobijado por las agrestes
montañas.
Cualquier día y
sintiendo los cojones como campanas de iglesia, emprendió la travesía a lo
desconocido. Dijo adiós a los padres y se fue a buscar fortuna en una tierra de
llanos inmensos, mujeres voluptuosas, música de cadencia erótica. No tenía
mula, ni el recorrido lo hizo a pie; llegó montado sobre ruedas. Entraba la
noche y las luces no le eran familiares; el aire no descendía desde las
montañas, venía empujado desde el mar con sabor salobre y caliente. Sí quería
que el dinero le aguantara por algunos días, debería hacerlo rendir. ¿Pagar un
hotel para pasar la noche? ¿Entonces qué comería en los nuevos amaneceres?
Esperaba encontrar al tío que sería su salvación.
Arrieros y sus mulas
Vueltas y revueltas por
el parque principal engalanado de elegantes palmeras; cruce de personas que
buscaban el refugio del hogar después de laborar, pitos ensordecedores de
vehículos atiborrados de pasajeros, mujeres con niños de brazos y una mujer
mestiza paseaba sus exuberantes caderas con un ritmo sensual sólo visto en las
descendientes de la raza afro; los senos saltaban en el pronunciado escote de
un vestido florido. No encontró al pariente. Una banca del parque, fue la cama.
Aturdido despertó. A pocos pasos de allí, vivía el hermano de su madre. Oyendo
las chicharras, supo el valor del hogar paterno.
“No son mis espinas las que me defienden, dice la rosa, es mi perfume.”
(Paul Claudel).