Bello arco iris
Era como si los astros
supieran que había llegado el mes de las sonrisas enmarcadas en el rostro de
los niños. Junto con el alba y atropelladamente (como sin permiso), por entre
el majestuoso cerro guardián insigne de Copacabana, salía reluciente un sol que
desplegaba sus rayos por campos revestidos de surcos, a la espera de reventar
la cosecha; se desplegaba por sobre los tejados ennegrecidos de historia en un
culto al pasado. Incursionaba sobre la cristalina quebrada y de aquel encuentro
amoroso, en el cielo se reflejaba la policromía de un arco iris de ensueño, que
las aves engalanaban de gorjeos. Había llegado diciembre.
Las sosegadas calles,
se iban llenando de gente; los niños en vacaciones, jugaban desprevenidos a los
trompos, bolas, ‘mataculín’ o hacían brincar la pelota de números en partidos
sin límite de tiempo, mientras en las casas las mujeres, empezaban a darle vida
a la navidad. La gallina tabaca, que se enculecó, pasaba a la olla, para
convertirse en plato suculento; la máquina de moler no paraba de girar,
destripando en su virar el maíz cocido,
para arepas, el manjar paisa de la natilla y los buñuelos. En fogón de
piedra, el carbón de leña traqueaba al compás del fuego que hacía hervir la
manteca de cerdo, esperando que unas manos amorosas, depositaran las viandas
ancestrales de unidad hogareña.
La niña bella
Se unían las familias
para por las de trocha que conducen al campo, buscar entre matorrales,
artilugios que le darían vida al pesebre. Gozaban tanto los niños como los
viejos. Por la intricada maraña, se
escuchaban cantos que el eco repetía distorsionándolos sin apartarse de la
contagiosa alegría, de recolectores de fraternidad y paz. Bajaban de la
empinada montaña con costales repletos de satisfacción, allí iban acomodados
los elementos que albergarían al humilde niño en su nacimiento, que sería
recibido entre villancicos, devoción y rezos por un mundo mejor.
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