Puente de Imusa antiguo
No es tan fácil desatar
los recuerdos. Están adheridos a la mente y mucho más al corazón. Llegan muchas
veces sin pedir permiso y en el instante menos esperado. Cuando se halla
completamente relajado, con la caricia de la música, van entrando al igual que
aquellas visitas llegadas al hogar, a tomar chocolate acompañado de bizcochos y
quesito, dejando un grato instante de regocijo y nostalgia a la partida. Cuando
las memorias, se acomodan y aflora el ayer, se empieza el itinerario por la
ensoñación que nos va llevando de la mano, con extrema dulzura por los senderos
recorridos, en que se posó el pie de caminante anhelante, llevado por los
impulsos vertiginosos de una juventud avasalladora.
A pocas cuadras del
centro de Copacabana y desde la elevada cordillera en que tiene su nacimiento,
se desprende entre matorrales, cañadulzales, (otrora trapiches); bordeando
casitas enchambranadas y sembradíos, las cristalinas aguas de Piedras Blancas.
Para aquellas calendas de la niñez y parte de la bella juventud, era un
torrente que se golpeaba inclemente sobre rocas que ya en la planicie la
convertíamos en espectaculares charcos, que eran el retozo de la chiquillería
para desfogar esa fuerza vital acumulada en el torrente sanguíneo. Fue sin ella
pretenderlo, cómplice de nuestras perezas estudiantiles.
El viejo puente de Imusa
La buscábamos para
refugiarnos en sus aguas cuando no sabíamos la lección o el temor a la regla,
instrumento malvado de castigo del maestro. Esas piscinas naturales, la
naturaleza, las llenó de verdor. Eran bordeadas por guayabales a los que se
trepaba como micos, para disfrutar de los frutos de vitalización del organismo
y calmante del hambre del medio día u, otras oportunidades, amparo para la
reunión de amigos para hacer mantecosas chorizadas, al amparo de la luna. ¿Cómo
no recordarla? No hace mucho regresé para verla. Los guayabales, se
convirtieron en casas y bajo el puente, un hilillo débil de agua pasaba,
añorando su pasado arrollador.
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