Los niños en la chambrana
Hasta la emisora RADIO
COPACABANA, llegó un día la voz de que los ancianos botados al asilo, estaban
pasando trabajos y, que la estadía allí, no era la mejor. Se inició de
inmediato una campaña por sus ondas, para incentivar a la ciudadanía a que
posara sus miradas hacia aquel lugar, a la que iban a terminar los viejitos
lanzados por la ingratitud de familiares y de una sociedad perversa, que
olvidan que ellos fueron los pilares de la extensión de la descendencia, que
con su lucha, amor, honorabilidad, hicieron posible darles sustento.
La campaña dio frutos.
Empresas del pueblo, lugares vecinos, personas del común, empezaron hacer
llegar voces de estímulo, pues comprendían, que la vida degradante llevada por octogenarios,
era un acto de villanía contra los derechos humanos y la sensibilidad no se
hizo esperar. Hasta la junta administradora del asilo, legaban toda clase de
obsequios, que mitigarían las necesidades de tan bellos seres, que su único
pecado, era haber cumplido con el derrotero de llegar a viejos en un hogar
vacío de sentimientos y desafección, que los abandonó en el declive de sus
vidas. Alguien donó, una máquina de coser en que las mujeres, retomarían el espíritu
de servicio y de utilidad, sus rostros se empaparon en lágrimas, pero, ésta
vez, de alegría; sentían qué volvían a hacer útiles ante tanta soledad.
Una empanada para el colesterol
Al único que se le
amargó la vida, por aquella campaña de solidaridad, fue al párroco, presidente
de la junta administradora de unas paredes vacías de amor y comprensión, en que
unos seres debilitados por los años, morían abrazados a la esperanza de un
final digno. Se le oyó decir, que alzaría los brazos al cielo, para pedir la
excomunión, para quienes se atrevieron a denunciar los atropellos contra un
puñado de seres vivos, que la ingratitud lanzó al olvido. Él, con su panza
llena, no sabía del dolor.
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