MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de agosto de 2015

CARGADO DE ENSUEÑOS


Naturaleza viva

No inútilmente han pasado los años, se convirtieron en un baúl en que se guardan los recuerdos, coleccionándolos delicadamente, cómo quien atesora figuras de cristal, para que no vayan a romperse; de vez en cuando en que la soledad hace la visita acompañada de la congoja, intuitivamente, se abre el cofre sagrado de la evocación y una a una sus piezas, son limpiadas con el cachemir del amor humedecido por las lágrimas, fuente inagotable de la añoranza.
Durante el recorrido del otrora, se encuentra estampas decoradas de singular belleza, matizadas por una ingenua calma que el corazón saboreaba revestido de ternura, hacía que los amaneceres fueran radiantes y las noches tachonadas de luceros, un mullido tálamo de ilusiones, esperanzas y reposo. No se encontraba asomos de perturbación, temor o miedo. Desde los campos sembrados de honestidad, revestidos del verde de la paz, bajaban por los caminos a lomo de mula las notas de sentidos bambucos, las risas angelicales de los niños, el viento jugaba con las trenzas de las vírgenes campesinas, bajo la mirada del varón, que azadón al hombro lanzaba requiebros castos, tímidos y amorosos. Mientras los pueblerinos envueltos en la fragancia de la esperanza, escuchaban la sonoridad de las campanas provenientes de la torre de la iglesia, manifestándoles que un nuevo día había llegado.


Escudo familiar

Un ángelus arropaba los hogares. En la cocina, hervían las ilusiones, los bostezos, el chocolate y la pereza de los educandos al sonido del molinillo, batido por las manos pulcras de la madre que musitaba oraciones, mientras el perro dormitaba en un rincón. Por las calles semivacías se escuchaban el taconear de pasos fervorosos, encapuchados en delicadas mantillas con rumbo al templo, el de hombres acrisolados con destino al lugar de trabajo y un murmullo de voces infantiles inundaban la pasividad de la alborada, camino al encuentro de una educación preñada de urbanidad.        


miércoles, 19 de agosto de 2015

LOS APAGONES


Tesoros de la naturaleza

Transcurría la calenda del año 1945 en adelante. El Sitio de la Tasajera (Copacabana), era proveída de electricidad, por Fabricato; empresa dedicada a los textiles, que tenía su asiento en la vecina población de Bello. La capacidad de los motores, no era lo suficiente para que el alumbrado fuera persistente y cuando menos pensaba, llegaba la oscuridad. Poco, las amas de casa, hacía sus comidas con energía; los fogones de hulla estaban en todas las cocinas, los había de carbón de piedra que inundaban de humo el ambiente y los de leña, que eran comprados por bultos a los campesinos que bajaban desde la montaña ennegrecidos por el tizne. Cuando el repentino y repetitivo apagón afloraba, nada se descomponía, no había neveras, ni estufas, hornos; los ayudantes de las madres, eran su dedicación al hogar y el amor por la familia; para planchar, estaban diseñados los aparatos para ser calentados por el tizón extraído del fuego, que rechinaba sobre las tres piedras que sostenían con ternura las ollas de donde sobresalían las patas escarbadoras de suculenta gallina, plato apetitoso que aromaba el ambiente del lar, arropando  la mesa en un ambiente de cordialidad y respeto. Era el ciclo en que las velas, amortiguaban las sombras de la oscuridad, colocadas estratégicamente en cada habitación, empotradas en bellos candelabros de peltre; encendidas formaban siluetas fantasmales.

Hojas vivas

La chiquillería se tomaba el parque, con aquello juegos de otrora, en que desarrollaban la mente, el cuerpo y fortalecían la amistad; no había lugar vetado para ellos, cuando más disfrutaban aparecía el corte, los bombillos se negaban a resplandecer, la visibilidad se acortaba y la gritería salida de la garganta de los niños exaltaba la felicidad; no tomaban el instante como un inconveniente, por el contrario, era el momento supremo para alcanzar la felicidad, recreándose con las tinieblas. Por las negruras, se sentía el corretear los pies ligeros, el transpirar de unos cuerpos sudorosos, una mano pequeña que golpeaba la pared y la exclamación: liberto.           


miércoles, 12 de agosto de 2015

REMINISCENCIAS


Anturio

No existe forma alguna, el evitar las evocaciones, aunque sobre sí, haya caído todo el peso de los años y la curva descendente vaya mostrando que el final, no anda tan lejos; es perceptible en cada paso, en la atiborrada medicación, al enclaustrarse mental y físicamente buscando en la pasividad del silencio y el murmullo del recuerdo, la esperanza de poder adentrarse en las épocas de brillantez, adormilarse en los brazos vacíos de amores furtivos y reclinar el cansancio sobre rocas históricas en que descansan los seres queridos. Las remembranzas son traídas por el viento desde los confines, montadas en caballos voladores que desaparecen al soplo de la realidad y de la lágrima imposible de atajar. Añorar, se vuelve el juego rutinario distractor de soledades, reproches, incomprensión y hastío. Es la entretención compulsiva de la ancianidad en el derrotero al faltante de la vitalidad; placebo mentiroso que apacienta el tormento de la decrepitud.
Las reminiscencias, hacen posible deshacer la telaraña del olvido, revivir el pasado. Sin esfuerzo, se camina por el ayer cómo por un tapete purpurino, deslizándose con la suavidad del viento por entre la felicidad cronológica de lo acaecido. Es una actitud suprema de la imaginación que permite otear desde la atalaya de los años, el divagar por la existencia, correteando con la placidez del antílope.   

Belleza en casa

Ese permitirse volver a avizorar lo acaecido, es una forma deliciosa de encontrar nuevamente a los seres queridos; es sentir el aroma de viejos amores y acariciar los cabellos desordenados por la brisa, sentarse a la mesa en compañía de los patriarcas a degustar el pan, experiencias, honorabilidad y amores suculentos. Es ese sentir, de nuevas amistades nacidas en el remolino de las travesuras, selladas para siempre, con el tatuaje de la fraternidad. Es, el vagabundear por los campos verdes arados por las manos encallecidas, de campesinos honestos, sentir el dulzor del trapiche en noches de molienda y el caminar las noches de luna buscando la luz de las luciérnagas.               

miércoles, 5 de agosto de 2015

LA REALIDAD DICE OTRA COSA


A donde se irían

El cansancio de miles de juegos sencillos pero sociables, hacía que llegara a la cama fatigado; entre el tiempo de acomodarse y dormirse lo aprovechaba a lo máximo para viajar al futuro. Alcanzaba hasta dónde le fuera posible en el viaje de la imaginación, a escudriñar los intríngulis del destino. Entendía que existirían cambios, que seguramente nada sería igual; pero, en sus reflexiones, no oteaba que con el correr del tiempo, él envejecería y sus seres queridos tendrían el final. Continuaba embelesado en la meditación de un mañana acogedor, próspero, risueño y venturoso.  Creía que la humanidad avanzaría en procura de la perfección, que la violencia era vencida por la comprensión y el amor. ¿Cómo compartir sus pensamientos con los compañeritos? Tal vez a ellos poco o nada, les importaba irse a divagar por senderos ocultos y preferían regocijarse en el zumbar del trompo o elevarse a la par de la cometa sobre un cielo azul.
Nunca en sus recorridos mentales, se hicieron presentes los “adelantos” de la ciencia, ni se dejó ver por parte alguna la feroz tecnología, esa, que llegaría, para roer inclemente el pedestal en que estaba anclada la sociabilidad de los humanos ¡La unidad familiar! Quizás, si la hubiera detectado, no habría continuado las escapadas artificiosas en busca de un futuro, que él, presagiaba armónico, sereno y primaveral.  

Cuando no hay sino vacío

Cuando menos pensó, estaba sumido en el presente, hacía parte de él. Encontró la familia disuelta. La virginidad de las mujeres, era un estigma y no una virtud, niñas pariendo aferradas aún a la muñeca. La comunicación en el hogar, es un eco de soledad, de hastío y desamor. El cobijo virtuoso de otrora, se presta a los hijos, para calmar el erotismo. Los abuelos, dejaron de ser, las figuras patriarcales y fueron convertidos en niñeros de hijos no deseados, que los arrullan dando tumbos, sumidos en la decrepitud. Aquel refugio de penas y alegrías, de abrazos, besos, consejos y remanso de paz, se convirtió en soledad, en egoísmo y animadversión, ha triunfado la tecnología, lo virtual. La familia ha muerto y con ella la alegría de vivir.