Documento de posesión del tranvía de mi padre.
La antigua ciudad de la
“Tacita de plata” (Medellín), conservaba la pasividad de aldeana por la década
de 1920; el añorado padre, había abandonado las alpargatas aún untadas de
mortiños y con olor a rastrojo, para calzar las botas ciudadanas. El tranvía
rodaba por los rieles de un lado a otro, con la imponencia y altivez de un ser
superior. Sobre ese vehículo extraño, se parapetó el cuerpo del campesino de
antaño, que había recibido la bendición de la administración, para ser su
conductor, a ello lo llevó su educación, el postín y la honorabilidad.
La carrilera se
extendía uniendo barrios y acercando el centro; el campesino de ayer, era el
orgulloso motorista que le daba vida al moderno trasporte al que el aire y la
luz, acompañaban en el recorrido. Dos niños hijos de aquel movilizador de
esperanzas y elegancias, lo esperaban a la vera con el corazón henchido de
emoción, para que les diera una “palomita” (vuelta), ya fuera de subida o
bajada del empinado barrio, en que estaba anclado el venerable hogar en que
anidaban, presumiendo a los amiguitos de ser los retoños, del elegante
conductor ya fuera del coche rojo o el canario, como se denominaba al del color
amarillo. Fueron tiempos exquisitos de un pasado memorable, difícil de olvidar,
en que la gente de la ciudad no sufría de angustia y morían llenos de dignidad.
Patente de motorista para manejar el tranvía.
Un mal día, las calles
se silenciaron. No se escucharon más, el ruido de las ruedas aferradas al riel
serpenteante, la campana avisadora apagó la sonoridad, el corazón de las gentes
extrañaban nostálgicas el saludo de aquel motorista, que los invitaba a subir
lleno de cortesía; los niños, no volvieron a llenar los bolsillos de tapas de
gaseosas para ponerlas en los rieles y ser machacadas por el peso avasallador
del vagón, las catenarias no ligaban ningún punto. Un amanecer los rieles no se
veían, fueron sepultados por el asfalto, aquel bello trasporte se recostó sobre
el olvido, al igual que los hijos del motorista llegado de la pasividad del
campo.
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