CAMPESINOS EN COPACABANA
Cuando menos se pensaba, estaba ahí,
hablando en forma de un ser que él amaba tanto…así, de la manera que lo había
hecho el patriarca de padre, que un día partió de la querencia. Era mejor
sentarse a escucharlo, era agradable, pero la disertación era larga. Comenzaba
siempre con un te quiero; despejaba la garganta: “Recuerda siempre el lugar de
dónde vienes, agradece sin olvidar la mano que se ha extendido para brindarte
ayuda en los momentos de confusión. No dejes de pensar en los maestros que un
día te sacaron de la ignorancia y sí te topas con ellos, un abrazo fuerte no
está por demás. No olvides a los amigos con quienes compartiste a los trompos,
al pipo y cuarta, botellón y cuando alguno de ellos, te arrebató el amor de la
niña escuelera, de vestido hecho de crochet que amabas en silencio. Con el
correr del tiempo veo que mejoras, han dejado huella las heridas, igual, que,
los instantes de regocijo. Aunque se fueron lejos los seres queridos, ni un
solo día olvides las enseñanzas y una a una, ponlas en práctica, enderezarán el
camino a quien se las deposites, es alargar la belleza de la honestidad.”
Cada de aquellas recomendaciones,
servían de aliciente para no decaer en una lucha desigual; combatía contra una
época absurda y degradante. Continuaba…él, mientras le escuchaba: “jamás
olvides la honestidad en que fuiste levantado, recuerda esa frase, mejor una
aguadulce en tranquilidad que una comida suculenta en zozobra. En las tardes te
decían, no juegues con los sentimientos ajenos, respeta la amistad lo mismo que
el amor que te brinden. Ningún vicio es respetable. Destruye a quien lo adopta
y a todos alrededor, no hagas de la vida un infierno, ama sin restricción, cuando
lo que haces lleva amor, jamás tendrá frustración.” Calló. Sentí que había
comenzado a irse…una pequeña lágrima rodaba por la mejilla. Era mi otro yo que
vino a recordarme la pureza de un ayer y el fortín de aquel hogar.
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