LA BOLSA EN DESCANSO
Había escuchado siempre durante la infancia, aquel mito, ficción, fábula o
leyenda, que llegó a soñar estar en la cresta de aquel ramal de la montaña, que
iba a morir a los pies del río. En el sueño, se veía junto a la gallina con los
pollitos, que daban visos con el reflejo del sol que encandilaban sus ojos; los
rayos caían perpendicularmente ante el ave y sus pichones bañados con el metal
precioso del oro. El sueño lo extasiaba, no intentaba moverse para no espantar
el espectáculo, que la creencia ancestral, había recorrido desde tiempos
inmemoriales atreves de la historia hablada. Aquella leyenda era normal
escuchar en boca de ancianos y campesinos de barrios adyacentes del Morro del
Ancón, último pedazo de la cordillera que cierrra de un ‘tasajo’ el valle.
Aquella invención la escuchó estando muy niño, de boca de un anciano de ruana,
carriel, descalzo y tabaco en la boca:
“Eso de noche clara, es decir, con luna llena era muy bonito. La gallina
junto con los pollitos eran de puro oro y salían de una cueva a buscar grillos
y lombrices pa’ comer, si sentía pasos de personas se volvían a esconder en el
socavón oscuro, no volvían a salir, era como si supieran que los humanos somos
malos y ambiciosos. Han sido muchas las personas que emprendieron la subida al
morro, tratando de llenarse de plata. Unos dicen que son apariciones pa’ que se
encuentren un entierro indígena que hay en la montaña y otros que eso es una
mentira; lo cierto de todo, es que yo lo oí del abuelo, tal como se los
cuento.” Desde el alto en que estaba el hogar, en noches irradiadas por la
diosa de la sombra, con sonido de chicharra incluido, no dejaba de mirar hacia
aquella elevación para detectar algún color amarillo en movimiento. Aún no sabe
si aquello era un invención o la realidad.
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