LA TORRE DE COPACABANA
Se deben de
haber alineado los astros para llegar hasta en el instante en que estoy. No ha
sido fácil, al ver pasar acontecimientos que enlutan esa despensa en que se han
guardado la frescura de un tiempo ido, en que el silencio, era parte que las
aves compartían en la cúspide de la arboleda, su alegría manifestada en trinos,
se extendía por el valle encasquetado entre montañas. Día a día, el amarillo de
la prensa, se pasa a rojo en que la violencia sangra entre titulares y columnas
de un mundo convulsionado por la avaricia que siega las grandes esferas del
poder. No solo es en el pináculo de los gobiernos, sino, en el diario acaecer
en las laderas pobladas de necesidades, en que el llanto brota después de la
explosión de una bala perdida.
Cada animal
pierde el encanto, cuando otra categoría entra por las fronteras y el que era
el descreste de vecinos, transeúntes y familiares, es lanzado a las calles para
que aprenda a vivir del mendrugo olfateado en las canecas, estropeando el
barniz de las uñas que aún queda del recuerdo de un tiempo mejor, cuando
cambiaba de pañoleta a cada baño. Masoquismo se vuelve el mirar las noticias.
Degradación, la falta de espanto ante el crimen, la orgía y abuso sexual de
niños. Podredumbre, la inactividad ante la depravación que trae, la soledad de
un cuarto en que un niño grita auxilio.
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