COPACABANA FOTO BPP
Se era pequeño y los
taitas nos vestían con pantalones cortos, los anhelos nuestros y envidia, era
ver los pantalones largos de los mayores. Por allí, no entraba el frío a las
“verijas” o sea, a las pudendas, que nos enseñaron que no eran pa’ mostrar en público;
el mayor escarnio de aquella vestimenta infantil, se venía encima cuando por
aquello de los ancestros gu’ cualquier otra cosa, resultaba uno, con un monte
de bellos en los perniles, lo que daba espacio para que los que estaban en la
cima de la pubertad, hicieran las más acomplejadoras chanzas. Pena, angustia,
mentada de madre en la mente, escurriendo el juste tomaba de Villa Diego.
Cuando se andaba con el papá se le iba mirando de reojo todo movimiento, para
desarrollarlo cuando llegara el venturoso día de la alargada del pantalón,
aquello era la ¡emancipación! Para aquel venturoso tiempo circulaban las
monedas de centavo, de dos, de cinco y veinte. El padre estaba a punto de pagar
el “casao” de velitas ‘tirudas’ y las tajadas de coco, igual que un autómata,
bajaba la mano hasta la pretina.
Allí al costado
derecho se encontraba la imitación a los bolsillos, en forma minúscula. Estaba
construido para ser la pequeña caja fuerte, que buscaba pasar de incógnita sin
que nadie percibiera que allí caía lentamente lo que se ha llamado la menuda
echa de aleaciones de metales finos, lo demostraba aquel sonido de timbre,
cuando por descuido daba la moneda contra el suelo. Sí. Escondida se hallaba la
famosa relojera. Del enigma salían
relucientes las monedas para el sacristán, en el arcano se encontraba la
alegría de los niños cuando llegaba el padrino, de aquella confidencia aparecía
la entrada al teatro Gloria; era pues, el desespero del infante porque del
corte del pantalón viejo del padre, nos hicieran el lanzamiento del nuestro con
aquella pequeña abertura, para sacar de allí centavos con el fin de comprar
mamoncillos.
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