DECORACIÓN
Llegó un buen día que
el sueños de los niños, se llenó de notas musicales. No preguntemos de donde
nace la idea, pero llegó el instante que juntaron las ambiciones en un manojito
palpitante y comenzó la tarea: por la entrada a Quebrada Arriba, cerca de la
casa de los Castrillón, existía un sembrado de guaduas, tomaron una mediana, de
allí nace la guacharaca haciéndole muescas con un serrucho y con un alambre
emprendió a sonar; de la madre costurera brotaban los retazos y del recipiente
al que iban a caer, sonaron los acordes de un bongó; los timbales tomaron vida,
empatando dos tarros de leche Klim con alambre, faltaba los cueros ¿Cómo? Sí.
Pal matadero que quedaba en la calle Mejía al terminar junto al río en la
desembocadura de la quebrada Piedras Blancas, nos regalaron unas vejigas de
marrano y otras de novillo para el bongó, el sol hizo que se templaran y
despidieran el sonido grueso y débil. Se encontraron en la carpintería y la
bondad de don Zacarías de los Ríos Arenas (no es una charla) unos palitos
sonoros y ahí estaban las claves, a alguien el niño Dios le había traído un par
de maracas y ya estaba listo el conjunto de música tropical.
Ensayos. Aprendida de
cantos como aquellos de la batea tea se rompió, la piña madura y otros de los
que estaban de moda cuando la radio y los pick up era lo último en tecnología.
Todo lo hacían con devoción y a las carreras, estaba para llegar el día del
niño en la escuela y allí, sería el debut tan anhelado y…llegó. Fotos, niños
boquiabiertos haciendo redondel, maestros descrestados por el lado de allá y
por el lado nuestro, pedantería, orgullo y satisfacción.
Con el tiempo, un
acordeonista hizo entrada triunfal y con él, fin del primer conjunto de música
bailable, con el acordeón llegó la codicia.
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