BENITÍN Y ENEAS
Era una costumbre
entre los dueños y administradores de las cantinas, de aquel cebadero de paz
que era la Tasajera, comprar diariamente el periódico, los más madrugadores lo
recibían personalmente a los demás, les llegaba por debajo de la puerta, era el
trato que tenía con don Moisés. Ya fuera Tito o Rubio, le habían exprimido todo
el contenido e iban llegando lectores habidos de enterarse de los hechos
acaecidos por ahí cerquita, en los pueblos, en el país del Sagrado Corazón, (no
quiero ser machista), la Virgen de Chiquinquirá y se alejaban tanto que le
daban la vuelta al mundo buscando noticias, claro, llegaban ya viejas de haber
ocurrido. Lo que en verdad agitaba los corazones era encontrar la página
deportiva y aquella…en que unas figuras pequeñas estaban llenas de fortaleza,
de hipnotismo y de humor. Ahí, se clavaban los ojos. Siempre existía una mesa
en que el diario reposaba con sus hojas abiertas, dándole satisfacción a los
diversos intereses del conglomerado que prefería leer de ‘pegao’, además,
podían tomarse su tinto o una gaseosa bien helada.
La costumbre de leer
el impreso se iniciaba desde la salida de la escuela hasta ya bastantes bien
creciditos. Se seguía con avidez los amoríos del Fantasma con Diana, las peleas
a golpe limpio con los malos que siempre ganaba ¡Ha! Aquella de Mandraque, su
hipnotismo nos dejaba perplejos; esa de Tarzán con su inseparable Chita
cuidando la selva de la maldad del hombre y las risas con Educando a papá, con
las rabietas de doña Ramona con el pobre don Pancho; Lorenzo y Pepita y pare de
contar. Día a día se seguían los acontecimientos de aquellas tiras, que nos
motivaban o el sentimiento de tristeza cuando algunos de aquellos héroes estaban
en dificultad.
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