ATRIO Y AL FONDO EL CEMENTERIO
El espionaje o
penetración, es un cuento viejo. Esa culebra de que se habla en el Edén cuando
Adán y Eva Vivian como los primeros terratenientes y penetró con sobornos para
que la inocente primera femenina, se comiera el cuento de ser más grandes que
el Creador, si comían del fruto prohibido, era nada más que una espía mandada
por Luzbel. Es así, que, esa forma maligna de saber qué hace el otro, ha
destrozado a más de un imperio; también se ha metido como gusano, dentro de los
emporios industriales; se rebajó en espiar a las parejas, para saber el
ofendido, que oscuros tejemanejes hace la otra parte, para ponerle los cuernos
ya sea con un mero ‘piquito’.
Esos oscuros
personajes, se hicieron a grandes fortunas y casi al respeto por sus viles
actuaciones. Hoy deambulan por doquier, están hasta en la pieza contigua o
tapados con la propia cobija de uno. Una invasión igual al de las hormigas.
Estados Unidos nos tiene en la mira a todos. Saben dónde estamos, que comemos,
el número del teléfono, que jabón usamos para el baño, la loción, si se la
jugamos a la esposa y con quien. La privacidad no existe. Miedo tengo, que
cualquier día, salga en un periódico la información de que me baño en pelota,
que ciertas noches busco que comer en la nevera, que el medico llegue a saber
que se me olvida tomarme una de las seis pastillas diarias y lo peor, que mi
esposa sepa que de vez en cuando sueño con un aren de bellas mujeres que me
soplan con abanicos de plumas de avestruz hasta el ombligo. Temor siento de mi
vecino, del amigo, el enemigo, la esposa, los hijos y el colmo de la crueldad,
de que me esté espiando yo mismo.
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