COPACABANA 1940
Parece que todo en la vida llega por
casualidad, tal vez esperabas un bus y tropezaste con unos ojos negros que
flecharon el corazón, cantabas en el baño y un buscador de talentos te lanzó al
estrellato; en el suelo estaba un quinto de lotería que era el gordo. Todo es
tan casual que sin darse cuenta el elegante vestuario puede convertirse en
harapos, la belleza en máscara de espanto y la juventud fragante en decrepitud
rodeada de soledad.
El pueblo tranquilo se desvanecía ante
el bullicio, los caserones morada de abolengo, se iba desplomando cual castillo
de naipes, en el desmoronamiento caían los atuendos que cubrieron al arriero;
la madre no ocupaba su lugar en el nido, el padre estaba convertido en libre
pensador. Todo le era igual. El comedor brazos de perdón y emprendimiento
permanecía vacío, no se escuchaba el saborear de frijoles, ni el crujir del
chicharrón. Vivían la soledad, el abandono; el recuerdo escapó por la puerta
falsa en compañía de la vaca ‘cachimocha’, nadie los vio salir.
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