UNA ESQUINA DE COPACABANA
la Las cuerdas de los teléfonos y
energía se extendían por topografía abrupta de estas breñas del Señor, que la
hizo así, quizás para que en vida, fuéramos purgando las penas, de aquellos
pecadillos veniales, semi-veniales y ni tan veniales.
Decíamos pues, que las cuerdas
cruzaban el territorio, siguiendo el zigzaguear del Ferrocarril de Antioquia
(otro que se fue), sostenidas por troncos de árboles tan rectos, como la
conducta de abuelo bíblico, ataviado de carriel, ruana o mulera, sombrero
aguadeño y machete al cinto para rozar, no para decapitar. Cuando se recorría
el paisaje, el aire, traía el sonido de pequeños golpes que eran familiares,
como el rezo del Ángelus. La mirada se posaba en el trabajo arduo del ave que
con amor y dedicación, taladraba con el pico fuerte, el hueco que sería al
final, la habitación segura de la familia. Allí, llevaría paja para dar calor a
sus próximos pichones. Diario venía sin mostrar fatiga, a golpear la madera
hasta llegar a ver la obra concluida; en el piso, había quedado el aserrín,
muestra de su inquebrantable tenacidad.
El hombre, como siempre, carcomido de
egoísmo, olvidó al pájaro carpintero y la necesidad de éste, de construir su
casa con panorámica visión. Cambió el sostén de madera de las cuerdas, por
bloques de cemento, en los que los picos se hieren sin alcanzar a delinear la
entrada, ni avanzar un centímetro. Vuela y vuela y cada intento es fallido. El
hombre abajo pasa sin levantar la mirada, menos, escuchar el vano golpe del
pico sangrante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario