IGLESIA DE COPACABANA
Han pasado ya tantos años, que la
memoria se vuelve confusa, esquiva y por instante lapidario; da la impresión,
que pretendiera olvidar el tiempo transcurrido haciéndose la desentendida,
dando la sensación de que teme enfrentarse con la realidad contabilizada en las
manecillas del reloj y en las hojas policromas, arrancadas del almanaque
colgado de la pared; es un miedo compartido con la conciencia de saber, que un
minuto más y un papel desprendido arrojado a la basura, es uno menos de vida.
Sin pretenderlo, el desasosiego, se vuelve en una maraña infranqueable que
hiere las pisadas otrora, fuertes, anhelantes de conquistar caminos, desgarrar
velos perfumados adheridos a cuerpos exuberantes y de alcanzar estrellas
noctámbulas.
Con regularidad, se remonta al pasado,
tratando de mitigar en algo el temor del inevitable final del ciclo. Quiere
tomar de la vitalidad del ayer, mendrugos que lo revitalicen, en un desesperado
intento de prolongarse, a sabiendas que la realidad le manifiesta, que son
intentos fallidos; nada ni nadie, puede detener el normal desarrollo y
extinción de lo creado. Cuando la flama de la vida empieza a perder su brillo y
se convierte en una luz mortecina, es el instante en que la aceptación con
dignidad, nos convierte en ángeles luminosos.
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