TRANQUILIDAD
Siempre fue una casa lúgubre habitada
últimamente por una persona, que hacía poco por tenerla en buen estado.
Por algo inexplicable, un día salió
para nunca volver. Aquella propiedad de
seguro en el pasado, fue admirada. Como sucede siempre, la soledad y el abandono,
fueron haciendo mella. Alguien, le hizo un muro para blindarla de personas
indeseables. Cada día que pasaba, algo iba desapareciendo de la estructura. La
pregunta de los vecinos asombrados era: ¿cómo y por dónde?
La puerta principal y ventanas ya no
cubren el interior. Los postigos cerraron sus ‘ojos’ y no miran con disimulo a
los transeúntes; las habitaciones que fueron refugio de amores, besos y
pasiones, quedaron al descubierto para la entrada de murciélagos. Las rejas que
brindaban seguridad y adorno en el ayer, solo son unas cuencas vacías y
taciturnas, por la que penetra sin riesgos el aire gélido en el anochecer
tétrico del barrio y las siluetas móviles de criminales tenuemente iluminadas
por la luna, a veces traspasada por las nubes.
Por la imposibilidad de transporte, se
han salvado los muros, tejados y tuberías. La casa, llora. En el llanto, es
acompañada por murmullos de antiguos habitantes que ven que su hogar, ha sido
carcomido por la indelicadez de la ambición, la ignominia y la inseguridad; se
sientan en el vacío a recordar aquel pasado de calma, sinceridad, armonía y
familiaridad. En voz baja se relatan el nacimiento de hijos; la profunda
alegría en el advenimiento de nuevos seres que prolongarían su estirpe; el
llanto fúnebre ante el primer muerto y el olor a flores esparcido, que hoy, ha
sido absorbida por el de las cacas depositadas por los ladrones.