LO ÚLTIMO
Un día salio de su casa a recorrer las
calles de la ciudad; estaba desempleado. En el recorrido observó a alguien que
en una olla fritaba papas, las qué después echaba en pequeñas bolsas, e iban a
parar a las manos de niños y personas mayores, para ser consumidas al instante.
¡Ahí está mi salvación! Hay que buscar un buen lugar, se dijo.
Miraba un sitio que no fuera peligroso
y por donde pasara buena cantidad de personas. Llegó a la plazuela de San
Ignacio y el bombillo se iluminó. A un costado del atrio de la iglesia empezó
su labor con medio bulto de papas. Trabajando desde temprano hasta entrar la
noche. Ha visto desaparecer casas antiguas del entorno para darle cabida a la
modernidad; vio cómo se fue la Universidad de Antioquia, de igual manera ha
observado a personajes ilustres pasando a disertar en el Paraninfo.
Del año 1970, fecha en que comenzó la
venta de papitas, las cosas han cambiado mucho. Los niños de aquel entonces que
correteaban por las bancas, hoy mayores, arriman por el paquete de papitas
acompañados de sus hijos, no cortadas con cuchillo, sino con un aparato qué lo
hace milimétricamente o piden la bolsa de papita criolla, la última invención
en su ventorrillo.
Con el tiempo se escasearon los
cabellos, los movimientos se han hecho lerdos; las damas encopetadas que salían
de misa del brazo de caballerosos esposos, se han ido perdiendo del panorama.
Fueron apareciendo loros que traen su algarabía desde lejos; los venteros de
tinto y cigarrillos, en sus coches de niños adaptados para tal fin; ancianos
cabizbajos que buscan refugio en las bancas debajo de las palmeras, porque ya
son un estorbo y llegaron también, aquellos qué le temen a la realidad,
escondiéndose en el alcohol; hizo su aparición el adivinador por medio de
cartomancia y otros hechos de ‘brujería’ con los que embauca a cuanto incauto pasa. Don Manuel, sigue allí
firme, con su venta de papitas fritas, qué da para la ‘papita’ hogareña.
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