MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 31 de julio de 2019

LOS PRIMEROS TELEVISORES


DESFILE EN COPACABANA

  "Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar." (Ernest Hemingway).

En el pueblo eran muy escasas las diversiones de los habitantes. Las idas al teatro Gloria, lugar donde pasaban en su gran mayoría, cintas mexicanas de la vida cotidiana de aquel país; lucha libre con el enmascarado de plata; muchas de humor: Cantinflas, Tin Tan, Clavillazo y resortes, también algunas de vaqueros americanos. Otro punto en que la gente pasaba largo rato estaba en ir a la cancha Camilo Torres en compañía de sus hijos, para disfrutar de buenos encuentros del equipo local con escuadras venidas de pueblos cercanos o de Medellín, capital del departamento de Antioquia. Era insignificante lugares de entretenimiento, eso hacía, que los hombres buscaran en las cantinas, una salida a las tensiones dejadas por una semana de trabajo fatigante; aquello ponía los pelos de punta a esposas y novias; la chiquillería en cambio gozaba de lo lindo con un hermano o padre ebrio, pues, aprovechaban la amplitud que en algunos casos da el licor, para recoger unos pocos centavos, que iban a parar a la panadería La Reina de don Fortunato, llena de tentaciones dulces como: galleta 'negra', 'encarcelado', tortas de chocolate, mojicones, todos impregnados de azúcar o compraban confites y velitas 'tirudas' (que estiran), en las tiendas.

Pero las cosas dieron un vuelco de 180 grados. Por la década de 1954, en el mes de junio, Rojas Pinilla, para aquel entonces presidente de Colombia, entró en el país la televisión. No eran muchas las familias que tenían el poder económico para darse el lujo. Por el tejado de unas cuantas casas, sobresalían las antenas de tipo universal, dirigidas hacia algún cerro cercano, pero ni aun así, la imagen tenía nitidez; la escalera vivía siempre con alguien trepado moviéndola; desde abajo, alguien gritaba: "dejála ahí". La aglomeración no era solo de niños, estaban familias enteras, detrás de la pantalla chica; la casa se llenaba y se escuchaban gritos de felicidad cuando desaparecía la 'llovizna' y se observaba un animador o veían el primer gol de un partido de fútbol. La romería era diaria y el dolor de cabeza del propietario del inmueble, no desaparecía hasta que la señal daba por terminada la transmisión. 

Alberto.

miércoles, 24 de julio de 2019

AQUELLAS NOCHES DE FÚTBOL


NUEVOS JUGADORES DEL DEPORTES COPACABANA

Creo no equivocarme, en el país no existían canchas iluminadas. En el barrio la Asunción, limitando con el río Medellín y donde la quebrada Piedras Blancas, depositaba sus caudalosas aguas, la Junta de Deportes construyó la cancha Camilo Torres. Con el correr del tiempo y después de ser inaugurada con pompas y reina de belleza de por medio, nació la idea de iluminarla para que la gente tuviera un vehículo de esparcimiento nocturno. Todo se puso en marcha. La familia Hernández, propietaria de una empresa que construía lámparas, donó el alumbrado y con recolección de fondos entre la población en la que hacían aparición bailes y se cobraba por danzar con la reina en forma de subasta, se pudo colocar bancas para que los hinchas se acomodaran a presenciar el espectáculo de multitudes, que en la comarca, era pasión de chicos y grandes.
Llegó la hora del primer encuentro. Por las calles adyacentes, desfilaban todo tipo de curiosos, hasta las familias prestantes, que muy poco o nada sabían de fútbol, pero pudo más la curiosidad que el conocimiento; descendían mujeres mayores y niñas que siempre miraron por el rabillo del ojo ese deporte en que 22 jugadores se disputan un balón.

Una suabe brisa matizaba el ambiente. Las luces iluminaban el contorno y se reflejaban en la galería de sauces sembrados a la orilla del río, que pareciera que hacían reverencia a la multitud, con sus movimientos sensuales. De la población cercana de Bello, el equipo de Pantex y el Deportes Copacabana se enfrentaron en encuentro amistoso, haciendo las delicias de multitud de concurrentes que aplaudían a los jugadores, que con el sudor remojaban el incipiente césped de la cancha y creaban en la imaginación del niño el querer emularlos y algún día, llegar a corretear con un balón sintiendo el aplauso de todo un pueblo, al amparo de las luces de la Camilo Torres. 

Alberto.

miércoles, 17 de julio de 2019

LAS TERTULIAS DEL PARQUE


MERCADO DE LA VIEJA COPACABANA

Las tardes cuando el verano estaba en su “fina”, provocaban el encuentro de los amigos. De las dos cordilleras que han cobijado siempre a la histórica Copacabana, para que no sienta frío, a su vez, la protegen de los enojos de la naturaleza; rodaba caprichosamente los aromas del campo confundiéndose unas veces el cilantro con el de la albahca en otras, el de mandarina, entraba por el copo de la palma y se confundía con el de jugosas naranjas. ¿Y qué decir el de las flores? El airecillo delicado empezaba a revolotear por el parque. Los tupidos árboles de mango se agitaban con su presencia, algunos frutos se desprendían causando algarabía en los chiquillos de pantalones cortos; la esvelta palmera se dejaba llevar de la oscilación por los movimientos causado por el aura; las golondrinas que abandonaban los nidos hechos junto al campanario de la torre y en la somnolencia del abrazo del viento, hacían retozos dejando ver el ropaje negro y blanco con brillo de ensoñación.

Aquel ambiente idílico era el marco que entrañables amigos, buscaban casi a diario para encontrarse. Cuando habían pasado los trabajadores cansados para sus casas, unos de las empresas locales y otros, que bajaban de los frescos, cómodos y arabescos buses de escalera en que adormilados regresaban de la capital y, las sombras empezaban a caer por encima de los tejados históricos, iban llegando los contertulios a encontrarse en una de las frías bancas diseminadas estratégicamente por todo el parque, que en días de jolgorio eran el aposento de miles de glúteos, sin importar clase o color. Chistes verdes de ese entonces, que hoy no llegan ni a rosados, hacían las delicias; otro lanzaba los comentarios de fútbol. Alegatos, risas y de vuelta a la normalidad. De política ‘nanai cucas.’ Esa cofradía con aquellos encuentros se desestresaba, estrechaban los lazos de amistad y no faltó el día en que debajo de alguna ruana, aparecía el dios Baco, Él, alargaba la noche, se escuchaban cantos interrumpidos por el policía de turno que los mandaba a dormir antes de tenerlos que llevar al cepo por perturbar la estancada tranquilidad, de la que era propietario el Sitio. 
Alberto.                            

miércoles, 10 de julio de 2019

LOS BOCHEROS DE COPACABANA


LOS BOCHEROS DE COPACABANA

    "El mundo está lleno de grandes citas, y vacío de gente que la aplique" (Blaise Pascal).

Los años van cubriendo con el manto del olvido, lo que antes fue esplendor, la alegría de muchos y que hoy nadie recuerda o si acaso, una leve evocación de personas sexagenarias que no quieren matar el pasado.

Quizás, por la época de los cincuenta, en los radios Pilco, Philips, RCA Víctor, se escuchaba en las emisoras locales, a cinco cantantes que componían el grupo de los Bocheros con melodías españolas, tales como: La Luna Enamorada, Puente de Piedra, La bien Pagá y otras mucho más, que regocijaban a familias enteras o retumbaban en los traganíqueles de cantinas noctámbulas. De ello, nació la pasión de cinco jóvenes en la población por este estilo de música. Miguel Cuenca, Libardo Rendón, Germán Casas, Ramón Zapata y Gabriel Díaz, se unieron y formaron Los Bocheros de Copacabana.

Todo iba bien. Las personas les fueron tomando afecto y quedaban sorprendidas con la similitud en los instrumentos y voces del novel grupo con aquellos. Pronto se granjearon la admiración ya no de propios sino, de extraños. Eran llamados de diferentes lugares del departamento para hacer presentaciones y sobre todo en la ciudad de Medellín; se estaban convirtiendo rápidamente en estrellas del espectáculo.
Todo hacía prever, que la agrupación estaba predestinada al triunfo. Que en las marquesinas resplandecerían sus nombres; que las fotos serían iluminadas por reflectores y la economía le sería asegurada. Pero no. De un momento a otro, todo se vino abajo. ¿Las causas? ¡Sólo ellos lo saben! Lo que sí es cierto, es que se perdió un estupendo grupo musical, que dejó honda huella en los corazones de antaño, al hacer cerrar las ventanas de las enamoradas, dejándolas ávidas de serenatas.

Alberto.

miércoles, 3 de julio de 2019

SANCOCHO DE PESUÑA.


LOS REVUELTEROS DE COPACABANA

Era habitual la escena dominical, que padre e hijo, tomaran la vía que conducía a la plaza, que era la forma en que se llamaba el parque de la placentera Copacabana, para comprar los víveres y asistencia a misa del venerado progenitor. Llegando al hogar de doña Concha Acosta y la propiedad de una familia Isaza, los ojos apreciaban el color blanquecino que brotaba de los toldos que iluminaban la estampa pueblerina. Al frente de uno de ellos, estaba la estampa genuina del paisa con ese aire bíblico: Don Ramón Cadavid (Ramón Coco); en mano el afilado cuchillo y colgando la pesa de la honorabilidad en que salían tasajos de carne. En la parte de arriba junto al atrio, los vendedores de granos y en la de abajo estaba diseminado las verduras que se echaban al costal sin escrúpulos. El viejo encendía el cigarrillo mirando de soslayo al ‘limpia piedra’, unos centavos para ir a matiné, él, camino a la misa de 9 y…ojos que te vuelvan a ver.
Sudor, jadeo, ‘aguapanela’ fría, desempaque. Una inmensa olla asegurada para no caer del fuelle, que lleno de carbón empezaba la cocción de una inmensa pezuña de marrano, tan gruesa cómo patas de mesa de billar. Había sido entregado al matarife después de hacer el recorrido de alguna de las veredas, con caminar cansino diciendo adiós al chiquero, sin pensar qué no volvería más. El aroma se lanzaba en busca de la nariz de vecinos, para recrear el olfato de quienes intrigados no entendían de qué parte celestial llegaba. Estaban reunidos los comensales: parte principal para el patriarca, al frente la esposa y a los lados los dos retoños. Sonaban las caucharas, las miradas se posaban en el hueso recubierto de carne con algo de vellosidad que la candela no quemó; las manos atrapan aquel bocado, de la boca sale un pequeño hilo de grasa que se limpia con la arepa y ese deleite se mastica una y otra vez con el fin de saborear hasta que las glándulas de gustativas manden la orden de dejar pasar al estómago.

Alberto.