MERCADO DE LA VIEJA COPACABANA
Las tardes cuando el
verano estaba en su “fina”, provocaban el encuentro de los amigos. De las dos
cordilleras que han cobijado siempre a la histórica Copacabana, para que no
sienta frío, a su vez, la protegen de los enojos de la naturaleza; rodaba
caprichosamente los aromas del campo confundiéndose unas veces el cilantro con
el de la albahca en otras, el de mandarina, entraba por el copo de la palma y
se confundía con el de jugosas naranjas. ¿Y qué decir el de las flores? El
airecillo delicado empezaba a revolotear por el parque. Los tupidos árboles de
mango se agitaban con su presencia, algunos frutos se desprendían causando
algarabía en los chiquillos de pantalones cortos; la esvelta palmera se dejaba
llevar de la oscilación por los movimientos causado por el aura; las
golondrinas que abandonaban los nidos hechos junto al campanario de la torre y
en la somnolencia del abrazo del viento, hacían retozos dejando ver el ropaje
negro y blanco con brillo de ensoñación.
Aquel ambiente idílico
era el marco que entrañables amigos, buscaban casi a diario para encontrarse.
Cuando habían pasado los trabajadores cansados para sus casas, unos de las
empresas locales y otros, que bajaban de los frescos, cómodos y arabescos buses
de escalera en que adormilados regresaban de la capital y, las sombras
empezaban a caer por encima de los tejados históricos, iban llegando los
contertulios a encontrarse en una de las frías bancas diseminadas
estratégicamente por todo el parque, que en días de jolgorio eran el aposento
de miles de glúteos, sin importar clase o color. Chistes verdes de ese
entonces, que hoy no llegan ni a rosados, hacían las delicias; otro lanzaba los
comentarios de fútbol. Alegatos, risas y de vuelta a la normalidad. De política
‘nanai cucas.’ Esa cofradía con aquellos encuentros se desestresaba,
estrechaban los lazos de amistad y no faltó el día en que debajo de alguna
ruana, aparecía el dios Baco, Él, alargaba la noche, se escuchaban cantos
interrumpidos por el policía de turno que los mandaba a dormir antes de
tenerlos que llevar al cepo por perturbar la estancada tranquilidad, de la que
era propietario el Sitio.
Alberto.
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