EL PARQUE DE COPACABANA EN ÉPOCA ANTIGUA.
Todo era silencio. El
medio día estaba radiante. Las golondrinas jugaban dándole la vuelta a la
enorme torre. Los pasos retumbaban en los oídos, mientras se dirigían a lugar más
amado; aquel amor nació desde pequeño cuando agrupaban a los niños sobre los
ladrillos que tapizaban la tierra ancestral y sentados cuidadosamente iban
recitando el catecismo, que enseñaban Margarita Quintero y Carlina Tobón Acosta
la mayoría de las veces, otras, estaba la presencia del cura coadjutor. Los
ojos inquisidores repasaban cada una de las decoraciones históricas talladas en
madera: El altar, las imágenes quiteñas especialmente las doce estaciones
colgadas del muro de bahareque; los tres portones de acceso, la chambrana que
separaba a los feligreses del presbiterio. Aquello, siendo tan niño, lo hacía
pensar en la leyenda que contaba los principios del villorrio. Alguien de los
antiguos pobladores manifestó que el clérigo de la capilla escondió algunas
armas de los conspiradores patriotas, en túneles que estaban debajo del altar.
Todo el entorno exhalaba un efluvio de hidalguía, historia y curiosidad.
La plazoleta llevaba el
mismo nombre de la capilla: Plazuela de San Francisco. El sonido de sus pasos
se confundía con el de los cascos de la mulada que cargan en la angarilla, la
caña dulce para el trapiche. Poco faltaba para llegar al sector amado en que
grandes caserones de familias acaudaladas y la del teutón Gelber Geithner,
daban postín al lugar. Cuando la mirada quiso ver el entorno del ayer…sintió un
golpe en el corazón que lo hizo tambalear. Nada existía. Se dice que un
incendio arrasó con todo desde las cepas. El cura de sotana negra y una
ostentación en la figura, se marchó llevándose con él, el nombre de los lugares
en que el pasado volteó la esquina sin dejar huella; en que la historia, el
arte quiteño, los sables, trabucos y chopos patriotas se silenciaron para
siempre sin conocer la victoria. De aquel lugar apacible inundado de recuerdos
de un ayer de abolengos en que, en la Semana Mayor, descansaba el cuerpo de
Cristo muerto, nada quedó para que las futuras generaciones sientan el arrullo
de los que escribieron con amor y lealtad la leyenda de la Copacabana ilustre.
Alberto.
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