MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 22 de enero de 2020

LA PIEDRA DE ARA


QUEBRADA ARRIBA LOS NIÑOS UNA TRADICIÓN DE COPACABANA

En el tiempo en que en Copacabana disfrutaba de los 23 grados de temperatura, la suave brisa no encontraba obstáculos en moles de cemento, los habitantes se conocían compartiendo sus viandas; los hogares llenaban los solares de árboles frutales, los animales retozaban en las inmensas mangas y la escuela Urbana de Varones, sí, esa misma conocida cómo Escuela de don Jesús, la de dos patios para desinhibición; uno con fontana incorporada, que servía para calmar la sed o, refrescar el cuerpo del sofoco de tardes de verano; aquella, de salones amplios, vastas ventanas para que el espacio pudiera compartir el aula con el aprendizaje de los párvulos de números quebrados, decimales y el respeto social. Ese lugar de primer amaestramiento, no estaba exento del temor al castigo cruel de las famosas ‘reglas’ que golpeaban varias veces las manos o lo glúteos de aterrorizados niños. Fue allí, que entre recreo y recreo escuchaba de un compañerito la famosa historia de LA PIEDRA DE ARA.

En el amplio patio de atrás llamado el Predio, amurallado por paredones de tapia que formaban un rincón en que la sombra invitaba a reposar, él, el que seguro escuchó en el hogar los misterios esotéricos que se hayan en el interior de los templos, exactamente en el altar donde los clérigos ofician las misas, se encuentra lo que en la memoria quedó gravado y que ya con todos los años encima encuentro: “(…)     Pero en la parte central taladraban un hueco de unas medidas adecuadas en los que introducían reliquias de algún santo, pedazos de lignu crucis, o talismanes sagrados para significar la conexión interna entre el cielo y la tierra, entre el oficiante y el oficio, entre el sacerdote y Dios, es decir de esta forma daban al altar la cualidad o símbolo de Cuerpo de Cristo, sobre el que conectamos con Dios.” Mi amiguito contaba con la inocencia que para aquellos tiempos existía, qué en el Sitio de la Tasajera, la Copacabana del alma, habitaban hombres que empotraron chispas de la piedra de Ara en la muñeca de la mano, usurpadas del hermoso altar recubierto de plata (que un negro día desapareció), volviéndose casi imbatibles por enemigo alguno; de eso recuerdo los nombres del Hijo de Juana del Cabuyal y Cañengo de la Azulita. Mi compañerito me lo contó y yo se los repito.          

Alberto.

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