MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

jueves, 28 de mayo de 2009

ALGO SE HA PERDIDO...



CHISPAZOS.


Vivimos una época de desgreño moral. Unos folclóricamente acusan a otros, dicen estar exentos de culpabilidades; hay quienes en forma Mesiánica, expresan haber puesto en conocimiento con anterioridad el alud de desgracias que se venían encima. Se culpa a la juventud por su loca vida disipada. ¿ Serán acaso los gobiernos imperantes? Dirán tímidamente, pensadores de cafetines. Todos éstos círculos, podrán tener algo de verdad en sus comentarios y sí así fuere, quiere decir que, nadie por insignificante podrá estar fuera de culpa; tal como lo dijera Jesús: "Que tire la primera piedra, aquel que esté limpio de pecado".
No hace mucho tiempo, los profesores (cómo son denominados hoy), MAESTROS, llamados en aquellas calendas, no solo se dedicaban a abrir el entendimiento, si no, que se convertían con amor -los más importante-, en unos segundos padres. En las aulas, caminaban con parsimonia, armados de dos libritos, cuya filosofía era un gran compendio de la vida: Urbanidad de Carreño y el catecismo del Padre Astete.
Los niños, han sido y serán traviesos, pero antes, teníamos temor a Dios; la educación no nos permitía ser descorteses con los ancianos, ni con las damas y menos si estas estaban embarazadas. A Dios nos encomendábamos al iniciar el día y a Él y a la Santísima Virgen María le dedicábamos el Rosario en familia al terminar el alba. La familia se reunía en torno a la mesa a darle fin a suntuosa cena y hablar de las cosas que niños y mayores disfrutaban con una alegría no disimulada, era un contorno apasentado con amor.
Los policías, eran amigos de la cuadra, señores con respeto al ser humano, de extracción campesina, o sea, gente buena y confiable, a un pitazo suyo, huía el más peligroso de los "roba gallinas".
Aquella figura formidable, recta, intachable, que caminaba diariamente al trabajo, sin reproches, más bien, dibujada en su mirada una sonrisa, aquel dios del hogar; de ese Señor que esperábamos con ansiedad para buscar dentro de sus bolsillos algo que nos llenara de alegría el corazón, o sentarnos a escuchar sus cuentos antiguos como su rostro, surcado de caminos que conducen al señorío que dejaron los ancestros regados por pueblos y veredas. Esperábamos a ese señor que a gritos llamábamos papá, forjador de hogares y de raza, y ahora pregunto: ¿Dónde están los papás, qué se hicieron los maestros y dónde dejamos a Dios?.

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