Enclavado entre dos grandes montañas de la región antioqueña se encuentra Copacabana, sitio que le dio albergue a las travesuras de la niñez. El corazón palpita acelerado al recordar aquellas salidas estrepitosas por las puertas de la escuela a eso de las 3 y media de la tarde, sólo con el fin de que los carros de bestia, nos evitaran la larga caminada al hogar.
Los dueños de este transporte, eran todos de una misma familia. Los Montoyas. A ninguno de ellos les gustaba cargar "chinches" (niños). Cuando tratábamos de montarnos, ellos, con una soga, querían golpearnos. Pero, a un párbulo jamás se le puede derrotar. ¿Qué se hacía? En el eje que unía las dos ruedas, nos acomodábamos tres y cuatro niños que marchábamos en la misma dirección; ésto era fácil cuando el caballo marchaba a paso lento, pero si el dueño se daba cuenta y aceleraba, algunos nos caíamos y en la caída rompíamos ropa, maleta de útiles y nuestras rodillas. El cochero al vernos en el suelo, exclamaba: ¡Ahí estás bueno pendejo! Pero sí lográbamos pasar inadvertidos, eso era mucha felicidad llegar a la casa, sin maltratarnos y en poco tiempo.
Estos carros de bestia eran usados para traer la carga desde la ciudad de Medellín. No siempre eran caballos, también mulas y machos a los que sobrecargaban de manera lastimosa con bultos de papa, arroz, panela, maíz, frijol y otros comestibles de nuestra usanza. De aquellos Montoyas dueños de ese transporte, que muchos llamaban graciosamente "flota cagajón", recuerdo algunos nombres: Avaro, Félix, Zacarías, Segundo, Ramón, Germán ; todos ellos de pie descalzo, de zurriago en mano para agilizar al animal y de mulera, para evitar estropear la ropa, tampoco podía faltar el carriel, dónde guardaban el dinero ganado en su dura labor y que gastaban los domingos en las cantinas del pueblo. De aquello, sólo queda el recuerdo, que es lo único que nos acompaña y que seguirá acompañándonos como un fiel amigo y que nos dice: ¿Dónde quedó todo aquello?
¿Qué decirte? Me encantan tus historias, te imagino como el abuelito ( y no es ofensa, si no todo lo contrario) como el abuelo que nunca tuve. De todo corazón te estimo mucho, y me fascina "soñar, imaginando cada cosa de tus historias".
ResponderEliminarAh por cierto, en Córdoba, se toma café oyendo marimba...
saludos!