MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 24 de julio de 2013

POR CULPA DE LA SONORA.

Hermosa foto de Mario Correa.
“Uno empieza e envejecer en el momento en que empieza a dolerle la memoria.” (Rosa Montero)

Las costumbres del pueblo eran muy arraigadas, sobre todo en lo tocante con el gusto musical. Las cantinas se especializaban en melodías de antaño, sobre todo la llamada el club, administrada por Rubén Gaviria (Rubio) y el Café Despacio, del Brujo; una que se dedicó a sólo tangos, El Rey del Tango, manejada por Iván el “Murrapo” y aquella de Neftalí Montoya Sierra (Tito) con música variada, pero, sin dejar de lado las melodías argentinas. Aquellos que deseaban algo romántico, se encaminaban al kiosco.
Fueron creciendo los niños y con ellos llegó otro tipo de música. El gusto se encaminó por los lados de los acordes cubanos. La guaracha, el son, el danzón y el tipo de bolero de la hermosa isla del caribe. Los enamoró hasta la pasión la Sonora Matancera, con sus trompetas, los solos de piano, aquella pléyade de cantantes: Daniel Santos, Bienvenido Granda, Celio González; el azúcar de Celia Cruz, su hermosa y potente voz; Carlos Argentino Torres, el colombiano Nelson Pinedo, los boleros cadenciosos de Vicentico Valdez y de muchos más; los atraían los coros de Rogelio, Caito, Laíto y Manteca. Era un cambio radical y no sabían cómo introducirlo en el gusto de la población que visitaba las cantinas. Hablaron con Tito y él les permitió poner en su rocola el primer disco de 78 con la voz de Nelson Pinedo; los contertulios se miraban entre sí y extendían la mirada a Tito y, éste señalaba al grupo de muchachos, como quien dice: yo no fui, fueron ellos. De la misma forma lo hicieron en el Club y el Café Pilsen, en éste, se llenó la copa. Al administrador le entregaron un viernes el acetato en que estaba grabada la voz de la negra Celia, con: Sopita en Botella. Todos miraban a los muchachos que estaban en otra mesa y desde aquel mismo momento, se creó en la mayoría del pueblo la sensación de que todos eran marihuaneros. Un 
Historia que se va.
Inri que les quedó colgado igual que el escapulario de la Virgen del Carmen.
No sólo era el cambio musical el que los hizo diferentes ante el conglomerado de un lugar tradicional. Fueron introduciendo vestimenta diferente, aquella, que ellos veían en las películas mexicanas de Tintan o Resortes, a quienes llamaban Pachucos o Camajanes. El repudio de las distinguidas madres, que reprochaban que sus bellas hijas, se juntaran con semejantes esperpentos era el común denominador. ¿Se pueden imaginar en que forma sobresalía un joven de camisa floreada, ante una ruana, un poncho y un carriel? Eso fue el acabose. Para colmo de males, los zapatos negros, se combinaron con blanco, ya no sólo eran ‘adictos’ a la yerba prohibida, sino, que eran homosexuales. Pudo más la férrea personalidad de la nueva camada, que las críticas de todo un pueblo conservador e hipócrita, que con el correr de los años adaptó lo que antes murmuró. 
  

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