Hermosa foto de Mario Correa.
“Uno empieza e
envejecer en el momento en que empieza a dolerle la memoria.” (Rosa Montero)
Las costumbres del
pueblo eran muy arraigadas, sobre todo en lo tocante con el gusto musical. Las
cantinas se especializaban en melodías de antaño, sobre todo la llamada el
club, administrada por Rubén Gaviria (Rubio) y el Café Despacio, del Brujo; una
que se dedicó a sólo tangos, El Rey del Tango, manejada por Iván el “Murrapo” y
aquella de Neftalí Montoya Sierra (Tito) con música variada, pero, sin dejar de
lado las melodías argentinas. Aquellos que deseaban algo romántico, se
encaminaban al kiosco.
Fueron
creciendo los niños y con ellos llegó otro tipo de música. El gusto se encaminó
por los lados de los acordes cubanos. La guaracha, el son, el danzón y el tipo
de bolero de la hermosa isla del caribe. Los enamoró hasta la pasión la Sonora
Matancera, con sus trompetas, los solos de piano, aquella pléyade de cantantes:
Daniel Santos, Bienvenido Granda, Celio González; el azúcar de Celia Cruz, su
hermosa y potente voz; Carlos Argentino Torres, el colombiano Nelson Pinedo,
los boleros cadenciosos de Vicentico Valdez y de muchos más; los atraían los
coros de Rogelio, Caito, Laíto y Manteca. Era un cambio radical y no sabían
cómo introducirlo en el gusto de la población que visitaba las cantinas.
Hablaron con Tito y él les permitió poner en su rocola el primer disco de 78
con la voz de Nelson Pinedo; los contertulios se miraban entre sí y extendían
la mirada a Tito y, éste señalaba al grupo de muchachos, como quien dice: yo no
fui, fueron ellos. De la misma forma lo hicieron en el Club y el Café Pilsen,
en éste, se llenó la copa. Al administrador le entregaron un viernes el acetato
en que estaba grabada la voz de la negra Celia, con: Sopita en Botella. Todos
miraban a los muchachos que estaban en otra mesa y desde aquel mismo momento,
se creó en la mayoría del pueblo la sensación de que todos eran marihuaneros.
Un
Historia que se va.
Inri que les quedó
colgado igual que el escapulario de la Virgen del Carmen.
No sólo era el cambio
musical el que los hizo diferentes ante el conglomerado de un lugar
tradicional. Fueron introduciendo vestimenta diferente, aquella, que ellos
veían en las películas mexicanas de Tintan o Resortes, a quienes llamaban
Pachucos o Camajanes. El repudio de las distinguidas madres, que reprochaban
que sus bellas hijas, se juntaran con semejantes esperpentos era el común
denominador. ¿Se pueden imaginar en que forma sobresalía un joven de camisa
floreada, ante una ruana, un poncho y un carriel? Eso fue el acabose. Para
colmo de males, los zapatos negros, se combinaron con blanco, ya no sólo eran
‘adictos’ a la yerba prohibida, sino, que eran homosexuales. Pudo más la férrea
personalidad de la nueva camada, que las críticas de todo un pueblo conservador
e hipócrita, que con el correr de los años adaptó lo que antes murmuró.
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