El gallo trepador.
“Es más fácil prevenir
los malos hábitos que terminarlos” (Benjamín Franklin.)
Lo que se amado alguna
vez, es tontería tratar de sacar del baúl de los recuerdos; una mancha de
familia sale sin dificultad, no así, lo que entró en el corazón, cuando apenas
despegábamos a la existencia y nuestra conversación eran balbuceos. Sabíamos
amar. No creíamos que la muerte le daba fin a la ilusiones. La vejez no entraba
en el diccionario. El odio no se había hecho sentir; se jugaba con la realidad
sin que apareciera un perdedor aturdido por el odio a ejecutar venganza.
Estábamos montados en el brioso corcel de la infancia, tierra abonada para la
felicidad.
Cuando pasaron los ojos
apagados del amiguito de infancia, cargado por cuatro afligidos duelos, en un
cajón caoba brillante, mientras él, había perdido la lozanía; empezaron a verse
las realidades. Cuando quedó el cuerpo chamuscado del electricista pegado a las
cuerdas de la primaria y la calle inundada de curiosos, sintió que la alegría
se teñía de dolor y era pasajera. Algo experimentó, en el momento que le
arrebataron la perra loba, porque se convirtió en un peligro para las gallinas
que pastaban en el empedrado parque y fue a parar a otras manos sin que pudiera
retenerla; veía que cada día llegaban complicaciones que aún no sabía digerir.
Sintió temor y un grito anudado en la garganta, afloró, que hizo que el pasto,
las flores, las mariposas se paralizaran ante la angustia imberbe de quien
estaba descubriendo la realidad a pasos agigantados.
La Virgen de la Asunción en el barrio María.
La
mente antes caprichosa y mimada, fue tomando colores grisáceos de pedernal,
muestra inequívoca de que la huellas del dolor estaban empezando a marcar el
derrotero de la vida; que el recorrido al futuro, estaba acompañado por
instrumentos dispares que al emparejarlos el camino, se convertían carga
llevadera en el corazón y en el alma. El hombre es un cofre lleno de sorpresas
como sombrero de mago y las lágrimas, fabuloso manantial por donde brota la
angustia para darle cabida a la carcajada que retumba en la caverna del
recuerdo, sellado por siempre con la llave del amor.
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