Cartilla de las primeras letras.
“Todo es efímero como el arco iris.”
(Virginia Woolf)
Lo curioso de la vida es la rapidez con que marcha. Parece haber sido
hecha para atletas de 100 metros planos. De vez en cuando nos da por hacer un
alto en la jornada y fatigados, lanzamos una mirada retrospectiva y vemos tan
cerca el ayer, que quedamos perplejos. Sentimos tan cerca las actitudes del
pasado, que sí lo quisiéramos las podríamos palpar. Escuchamos el revoletear de
los pájaros en las copas de los árboles y su trino con nitidez asombrosa. No es
ajeno el sentir la frescura del rocío matinal, apacentado sobre la hierba, en
espera de un sol naciente que despierta la mariposa multicor que aletea, en
busca del néctar que endulzara la corta existencia. Escuchamos con claridad
meridiana el rodar del trompo “Canuto” sobre el pavimento y las carcajadas
sonoras de aquellos amiguitos que ya no están. Vemos sin neblinas el recorrido
del palio por las naves del templo, en manos de los señorones ‘aristocráticos’;
se siente el embriagante olor del incienso esparcido por todo el lugar y las
bellas niñas vestidas de ángeles lanzando al paso, pétalos de flores rojas
entre una multitud de fieles sobrecogidos en recogimiento.
Se puede percibir el sonido del aro direccionado por el gancho en la mano
del niño o el zumbido del abejorro que los párvulos les adhirieron a las patas
una cuerda de hilo, para hacerlo volar a su antojo. Se escucha con nostalgia,
la voz de los padres cuando juntos entonaban a eso de la 6 de la tarde, el Santo
Rosario como una oración de gratitud a Dios, por el día regalado. Se percibe
aún, el murmullo de los educandos a la entrada de los salones, después que el
maestro diera la orden de romper filas y que la bandera se arriera. Se escucha,
el sonido del agua cristalina en la fontana del patio principal de aquella
escuela en que se aprendió, que dos más dos son cuatro y queda en el recuerdo
el abultado abdomen de la ‘señorita’ en su preñez, que repetía a cada año en
que disfrutábamos con la ausencia.
Esculcando el recuerdo.
Ese corto tiempo de ensoñación encajonado en algodones azules, es una nueva
fortaleza de inspiración de continuar; de acariciar con pétalos de ternura la
prolongación en nietos, es visibilizar con cantos embrujados sobre olas
gigantes, el triunfo de los hijos y es el remar en aguas verdes y serenas la
canoa, con el tripulante escogido para compañera de toda una vida. No queda
tiempo para llantos destemplados que se cuelguen de la ingratitud.