MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 29 de enero de 2014

UNO NO SE QUEDA SOLO.

Cartilla de las primeras letras.
“Todo es efímero como el arco iris.” (Virginia Woolf)

Lo curioso de la vida es la rapidez con que marcha. Parece haber sido hecha para atletas de 100 metros planos. De vez en cuando nos da por hacer un alto en la jornada y fatigados, lanzamos una mirada retrospectiva y vemos tan cerca el ayer, que quedamos perplejos. Sentimos tan cerca las actitudes del pasado, que sí lo quisiéramos las podríamos palpar. Escuchamos el revoletear de los pájaros en las copas de los árboles y su trino con nitidez asombrosa. No es ajeno el sentir la frescura del rocío matinal, apacentado sobre la hierba, en espera de un sol naciente que despierta la mariposa multicor que aletea, en busca del néctar que endulzara la corta existencia. Escuchamos con claridad meridiana el rodar del trompo “Canuto” sobre el pavimento y las carcajadas sonoras de aquellos amiguitos que ya no están. Vemos sin neblinas el recorrido del palio por las naves del templo, en manos de los señorones ‘aristocráticos’; se siente el embriagante olor del incienso esparcido por todo el lugar y las bellas niñas vestidas de ángeles lanzando al paso, pétalos de flores rojas entre una multitud de fieles sobrecogidos en recogimiento.
Se puede percibir el sonido del aro direccionado por el gancho en la mano del niño o el zumbido del abejorro que los párvulos les adhirieron a las patas una cuerda de hilo, para hacerlo volar a su antojo. Se escucha con nostalgia, la voz de los padres cuando juntos entonaban a eso de la 6 de la tarde, el Santo Rosario como una oración de gratitud a Dios, por el día regalado. Se percibe aún, el murmullo de los educandos a la entrada de los salones, después que el maestro diera la orden de romper filas y que la bandera se arriera. Se escucha, el sonido del agua cristalina en la fontana del patio principal de aquella escuela en que se aprendió, que dos más dos son cuatro y queda en el recuerdo el abultado abdomen de la ‘señorita’ en su preñez, que repetía a cada año en que disfrutábamos con la ausencia.

Esculcando el recuerdo.
Ese corto tiempo de ensoñación encajonado en algodones azules, es una nueva fortaleza de inspiración de continuar; de acariciar con pétalos de ternura la prolongación en nietos, es visibilizar con cantos embrujados sobre olas gigantes, el triunfo de los hijos y es el remar en aguas verdes y serenas la canoa, con el tripulante escogido para compañera de toda una vida. No queda tiempo para llantos destemplados que se cuelguen de la ingratitud.


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