MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 1 de enero de 2014

TAN BUENO AQUELLO

Iglesia de Copacabana.
“Amo las limitaciones, porque son la causa de la inspiración.”(Susan Sontag).

Las épocas no se repiten. Vienen por oleadas caprichosas hasta el recuerdo, que es el baúl en donde se guardan, que a pesar de los años, no permitimos que la polilla del olvido, carcoma su belleza. Hacemos esfuerzos increíbles para luchar en contra de los prejuicios de un hoy insensible, a los que los lanza la tecnología y la soledad de hogares sin calor. En la cripta subterránea de la mente están embalsamados los mejores instantes, de aquel tiempo sencillo, simple y amoroso.
El hogar permanecía unido ante la batuta de un padre bonachón, pero de autoridad férrea, una madre fiel, amorosa y rezandera, que son los pilares en que se asienta una sociedad para que la paz sea verdadera. Unos maestros que tenían vocación y amor por la bella labor de formar personas para un mañana, siguiendo los pasos dados en los cobijos de los niños. Unos sacerdotes íntegros que emulaban los pasos dados por Cristo y apegados a los 10 mandamientos. Esa colectividad, no podía comportarse de manera diferente y era amorosa, respetuosa y colaboradora. El dolor se compartía para ser menos cruel; la alegría se entregaba a manos llenas para el goce comunitario, sin escatimar el más minúsculo detalle. El pensamiento no estaba embotado de superficialidades que hacen daño, al crear envidias malsanas y llevar hasta el crimen para adquirirlas. Se vivía plenamente con lo que se tenía y la diversión estaba a la vuelta de la esquina montada en un carrito de madera o en la muñeca de trapo de frágil acomodo; se hacía presente en la quiebra de la olla el día de la Primera Comunión y en las botas de charol que calzaban los pies; se sentía, en las idas a Misa con el uniforme de la escuela con el gorro ladeado, para impresionar a las niñas con olor a santidad que tímidamente agachaban la cabeza, dejando ver los moños azules y blancos adheridos a las trenzas. Están rebotando todavía, los domingos llenos de campesinos, los blancos toldos del mercado.

Camión de escalera.

Todo aquello se marchó. Quedan aún y para siempre, las altas montañas que sirven de fortín a un lugar que se atrincheró en el alma, que con sus verdes paisajes suavizados por la brisa, deambulan en las noches de insomnio de un ser que muestra deterioro por el correr de los años y que la sandalia carcomida por el trasegar de caminos pedregosos, lo incitan a seguir cultivando con devoción el amor por el terruño, que le dejó posar sus plantas y le permitió conocer la simplicidad que conduce a la paz. Oh Copacabana, la de antaño.


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