Amanecer de enero 2014
“Por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona.”
(Baltasar Gracián)
La constante es que el
hombre sea ingrato por naturaleza y sí a eso le agregamos el estigma de la
genética, las cosas se agravan. Uno, se encuentra plácidamente en el vientre
materno por 9 meses (la mayoría), porque ay quienes aburridos se vienen antes
de tiempo, creando en la familia conflictos de adaptación. Alimentación
constante, sueños prolongados y llantos inoportunos. Pasados unos días, le
arrebatan el hermoso envase de la leche y le ponen en la boca el chupo insípido
para que uno bote el seno, que corrido el tiempo de re mascar el bendito caucho
y con la nostalgia viva de aquel dulce y bello embace, lo cambia por sopitas
con uno que otro gordo, para la adaptación a comida sólida.
La carrera de los
cambios no se detiene. Botamos a los padres para irnos a donde los maestros.
Lanzamos a la porra, los deleites de las cobijas, para sentarnos en unas duras
tablas del pupitre de turno y arrojamos los juegos con el gato, para llenarnos
de números, ángulos, cuadrados, historia y geografías que no volvemos a ver.
Aparece la cursienta de pelo negro y casquivana que nos hace botar la
‘cachucha’, en la que se van montadas
las reglas de moral enseñadas en el catecismo y acentuadas en la Primera
Comunión, en que los vecinos nos comparaban con San Luis Gonzaga. Sin mucha
preparación nos entregamos al himeneo y este paso sí nos hace arrojar
inmisericordemente hasta la última de las costumbres, es, como arrancar de cero.
No dejamos disfrutar a la novia del vestido de boda y… ¡Tome! El primer
muchacho. La paz hogareña es botada, para remplazarla por los berridos, cambio
de pañales, amaneceres de bombillo y un patrón reclamando por el poco
rendimiento. A la media naranja, le ponemos sucursal buscando ratón tierno.
Arte ropero
En la carrera
vertiginosa de la vida, aparecen unas cortadas llamadas arrugas, es cuando se
cae el pelo en cada peinada, orinamos fuera de la taza; en la mesa de noche se
remplazan las revistas pornográficas, por
un reguero de pastillas
y frascos con aguas para calmar la acidez, la camándula debajo de la almohada
con un crucifijo de tamaño descomunal, que nos está recordando que somos polvo
y no del que echamos en las erecciones. Después de haber ido botando cuanto se
nos dio, vemos que nada nos pertenece y entendemos que somos poca cosa.
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