Semana Santa en Medellín
Ese amor por el
ambiente hermoso que nos rodea, no nace así de manera casual. Los pasos
escolares se iban dando empujados por maestros que enseñaban con dedicación y
con mucho cariño, amar la “esencia y propiedad de cada ser”. La naturaleza. Ese
conjunto de cosas que componen el universo; que dé a una, sin egoísmo, va
entregando encantos sin recato para hacer feliz a los asociados del cosmos. No
se le ha dado vida a nada que no necesite de otra. Es un eslabón gigante. Antes
de nacer, estaba el amasijo imborrable de la genética, que en el caso, provenía
de lo más alto de las montañas. El campesino es engendrado en la cuna de la
tierra; lleva su olor impregnado en las entrañas y en cada una de las cavidades
más íntimas. Es el fruto de la libertad, la belleza del paisaje, la nobleza y
el respeto.
Entonces, de aquello
aprendido y adquirido ancestralmente, es en lo que se recrea el alma, que sufre
por la degradación del hombre que incólume revienta el anillo sagrado de la
creación. La destrucción se palpa y los lamentos ingresan al infierno de Dante.
El sol quemante de la
mañana que penetra solapadamente, por un ángulo del tejado, hace reflexionar.
Detrás de la tapia divisoria, se encuentra el árbol de guayabo que presta
dadivosamente las ramas para el anidar de las aves; refugio para los pichones
inocentes, alar para el trinar y sus frutos empachados de nutrientes para
aquellos que pasan en bandadas migratorias. Sus hojas han ido perdiendo el
verdor y el fruto sus excelencias, motivo del alejamiento de los constantes
visitantes y angustia de quienes son los observadores pasivos de un espectáculo
gratuito que brinda la naturaleza, hecha para deparar bienestar y paz. De las
mañanas…, se van escapando la armonía de los trinos de los pájaros, que igual
que música de una sinfónica, llegan cual poema a los oídos aún adormecidos.
Sólo se escucha el canto de alguna ave, que se escapó de la prisión de una
jaula, e incauta, empieza el recorrido por un paisaje lúgubre y horriblemente
triste.
Venta de chorizos en Santa Elena
El alba que le brindaba
diariamente aquel banquete de encantos musicales, se ha ido transformando en
desolación, aflicción extrema que hace cruel el tiempo de la vejez. La brisa
fresca que hacía danzar en coqueteos las verdes ramas, se siente incapaz de hacerlo
con los chamizos y cambia de ruta para darle paso a los ventarrones presagio de
tragedias. El café matutino saboreado alegremente, se hace hoy, en silencio.