Aquí está Dios 1
En el antiguo pueblo de
Copacabana, la energía era bastante deficiente para la época de finales de los
40 y principios de los 50, era suministrada por la compañía Fabricato; más el
viejo honesto del padre, un día cualquiera, se apareció con un radio de marca
Westinghouse, empresa a la que prestaba sus servicios. Él, que provenía del
campo, era amante de escuchar noticias y su música, aquella de instrumentos de
cuerda que engalanaban versos inspirados en el paisaje circundados entre
montañas, que le cantaban al amor puro, a la fortaleza de una raza de hombres
trabajadores y a la hermosura de la mujer campesina de largas trenzas, cuerpo
frágil echo para la laboriosidad, para el recato y largas jornadas. Se colocó
el receptor sobre mesa antigua, en el comedor del hogar; era un lugar en que la
familia compartía penas y alegrías, en el que se enseñaba urbanidad, al que
llegaba Dios para recibir la gratitud por el alimento y el que él, encontró,
para disfrutar en voces genuinas los últimos acontecimientos del diario vivir o
los bambucos de Obdulio y Julián (los gorditos), acompañados por la guitarra o,
la lira, de la “Silga”, que le servía para entonarlos a la par, recordando con
nostalgia el lar materno allá en la colonial Rionegro, cuna de todos sus
ancestros.
Escuchaba con
melancolía, la forma en que los hombres se destruían en las guerras, noticias
que llegaban con tres o más días de diferencia por la distancia y sin embargo
eran de actualidad. Su rostro se perturbaba, daba la impresión de que alguien
de su familia había caído en manos del ‘enemigo’; la susceptibilidad de que
estaba hecho su corazón, era imposible de esconder, aunque queriendo hacerlo,
encendía un fósforo para prender el cigarrillo Pielroja, decía que el humo, le
molestaba en los ojos y que por eso, le saltó la lágrima. Manifestaba, que
aquel aparato trasmisor, era un gran invento. Que por él, todo se sabía a miles
de kilómetros de distancia y podía conocer lo que en otras latitudes acaecía
sin tener que estar presente. Sin ser nunca político, no dejaba de escuchar los
discursos de arengas en la que se enfrascaban los cabecillas, para a hacer que
el pueblo humilde e ignorante se matara.
Aquí está Dios 2
No era ajeno a los
programas de humor; a pesar de ser un hombre serio, sabía reír y lo hacía con
carcajadas que se escuchaban por todos los rincones de la casa. No se perdía La
Escuelita de Doña Rita, Jorgito, Los Chaparrines a Mario Jaramillo y al mejor
humorista de los nuestros: Montecristo; gozaba igual que un niño atiborrado de
juguetes. Sabía que había llegado el momento de entregar los arreos y se paraba
ceremoniosamente para que la esposa amada, se sentara a escuchar la
radio-novela, aquella, en que una mujer mala, les hacía imposible la vida a una
pareja. De ahí, no se exhalaba la risa; era el llanto y la rabia la que
brotaban, queriendo destruir hasta el radio Westinghouse, que por tantos años,
fue compañía en el hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario