Alegría del hogar
Se han ido pasado los
años, con pequeña disciplina algunas veces y, otras, completamente alejado de
la razón. Eso hace pensar, que, es más que un milagro llegar a la antesala de
la etapa de la decrepitud, en buena disposición anímica. Claro, con pocas
expectativas de futuro; de éstas, se ha apoderado el recuerdo que cada amanecer
se fortalece, sea quizás el que aún le brinde posibilidades de vida.
Era el tiempo lejano de
primavera sin invierno, en que el corazón se llenó de amor, pasando antes, por
la mirada escrutadora. Se habían visto primero, la composición sensual de la
anatomía femenina, el deleite de unos labios pulposos o la mirada de unos ojos
picaros y traviesos que se escondían detrás de unas cejas naturales y
abundantes que se adormecían con nuestra presencia, en buena parte, insinuando un
tímido deseo, sin llegar a la vehemencia que daría al traste al pudor inculcado
en el hogar. Los requiebros no podían terminar de otra forma, que en unión nupcial.
Con el correr de los años, los dos se convierten en uno. El pensamiento es
compartido y una lágrima es el dolor de ambos. La alegría se rebosa hasta el
infinito, para caer exhaustos en el regazo de la gratitud, olvidándose del
girar del mundo y sus veleidades. Es el amor verdadero que cantan los poetas en
las musas, inspirados por la noche estrellada y clarificada por la luz pálida
de la luna llena que despunta detrás del horizonte. Los besos se refugian en la
ternura, comprensión y perdón. No se “hace el amor”, se tiene en el corazón,
disfrutándolo cómo quien degusta de maravilloso manjar, que se saborea por
largo espacio.
La existencia en su
natural transcurrir, va royendo todo a su paso, igual al ácido lo hace con el
metal. Los cabellos azabaches que retozaban con la brisa, se convierten igual
que la nieve que viven perpetua en escarpados riscos; la tez suave y
acariciadora, le da paso a aglutinantes arrugas, delimitantes de épocas y
dibujo de los años. Sólo permanece incólume, sin grietas, el afecto nacido en
el rincón del alma que crece igual que “la sombra cuando el sol declina”,
expresión hermosa del bardo en colaboración al parnaso.
Amor al pasado
Ha llegado el maligno
instante, en que se comienza a aparecer sombras, incertidumbres y porqués. Ese
sentir, de que las cosas se acortan, el supremo momento, no está lejos; se
encuentra ahí a la vuelta, tan cerca que se puede palpar. Se mira ese otro yo que
ha compartido sin avaricia la frecuencia de su vida en entrega absoluta y al
verla declinar, el temblor del miedo y la tristeza, cobijan el sentimiento de
la angustia de perderlo; se sabe, que saldrá igual que el agua por entre los
dedos al quererla aprisionar desde su cauce. El estremecimiento de pavor
encuentra el paliativo en el abrazo y beso, al nuevo amanecer.
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