Ferrocarril de Antioquia (desaparecido)
Nos llega por el conducto directo de la
sangre, todo lo bueno y malo del antepasado creador del apellido. Eso de los
genes, que es la secuencia de ADN que constituye la unidad funcional para la
trasmisión de los caracteres hereditarios, es bien fregado. Uno que no sabe ni
someramente quien fue ese antepasado, que le agregó al nombre un apellido,
tomado de su trabajo cuotidiano, de la calle donde vivía, de algo llamativo
fuera un árbol, flor o cualquier otra bobada; nos dejó su herencia para toda la
vida y…un día más. Ese personaje desconocido y perdido en las tinieblas del
tiempo, impregnó de su sabia, al resto de descendencia con todas sus cualidades
y defectos en la misma forma que lo hace el aceite cuando se derrama.
Había que ver en aquellas familias numerosas
de antaño, como no podía faltar entre un capullo de hijos, que sobresalían por
el buen comportamiento, el brotar de una espina. Era aquel hijo calavera, a
quien todos llamaban (y llaman), la oveja negra de la casa. Al unísono el
conglomerado, manifestaba, que no era posible que de semejante patriarca y de
esa matrona, hubiera aparecido semejante esperpento, que de virtud no conocía
ni por el forro. Tenía dentro del ser, todas las depravaciones de que se haya
colmado el infierno de Dante; en ese instante es que aparecen los vestigios
genéticos de que se está conformado. Cuando nuestro tronco, se une a otro
diferente, se entremezclan los genes y los que llegan, ponen su parte para
aparecer en el futuro de la manera irreconocible que la gente, no alcanza a
entender. Sucedía en las familias de otrora, que se casaban entre los mismo de
estirpe, evitando de esa forma, que la sangre se mezclara y llegara así, la
disolución del linaje, del cual se sentían orgullosos y no querían compartir.
Mucho se ha dicho, que de aquellas uniones por el parentesco, en los hogares,
no podía faltar el despistado, el bobo comelón, la muchacha casquivana, un
delincuente y el loco de amarrar; pero, para decir la verdad, se encuentran los
estudiosos de esos asuntos, en los que entra la medicina y los genealogistas
íntegros, rectos e intachables, que no tergiversen la verdad por unos cuantos pesos.
Tranvía de Medellín antiguo
Existe la maligna confusión, de creer, que son
de abolengo, sólo aquellos que tienen chequera bancaria, haciendas con H o sin
ella, una casa de varios pisos en el centro del pueblo o en el mejor barrio de
la ciudad; los que asisten al club social, los que escuchan ‘música culta’
porque da postín, pero que en llegando la noche, se emborrachan con el parnaso de
melodías tristes y quejumbrosas como cualquier hijo de vecina, cuando la bebida
espirituosa, le hace brotar a torrentes la mezcolanza de negro, indio y blanco,
que conforma nuestra idiosincrasia, que no se borra ni arrancando el cuero.
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