Qué futuro me espera
Devolver la historia
del antes, solo cabe en las añoranzas de quienes se llenaron de canas, de los
que el cuerpo se vuelve pesado, el rostro se bifurca con prolongadas arrugas,
que muestran que el tiempo los fue tatuando hasta formar un jeroglífico, que la
descendencia no alcanza a imaginar y los enigmas los desconcierta ante la
adustez del semblante del viejo caminante, que posó sus albarcas por senderos
unas veces, amortiguados por flores que a cada pisada, lanzaban al aire aromas
embriagantes y que otras, las huellas quedaron impregnadas en la crueldad de la
incomprensión, la mezquindad o el desamor. Aquel fatigante caminar, iba
fortaleciendo la estructura de la fisonomía y menguando ilusiones para evitar
lágrimas y desengaños. El paseo por la existencia lo acercaba al final del
recorrido, se lo advertían las voces de niños vivarachos que lo inundaban a
preguntas, anteponiendo el adjetivo abuelo, que sonaba como una balada a los
oídos, enviándolas directo al corazón,
lugar donde se guardan los sucesos que se aman.
A ese tabernáculo del
hogar de antaño, llegaban los nietos reverentes, ante la figura patriarcal del
antecesor, a escuchar historias de tiempos idos, a que les cantara canciones en
que el tiple y la guitarra despertaron tiernos amores, debajo de una luna
matizada de luceros.
La muleta se cansa
Cansados de trasegar
por los vericuetos de las espaciosas mansiones con los juegos alocados de la
época, sudorosos se encaminaban al lugar acogedor donde la abuela con el ovillo
de hilo, las antiparras y las agujas hacía colchas de retazos coloridos para
cobijar las camas; desalojaban al gato soñoliento y se acomodaban en el regazo
de la anciana hasta quedar dormidos a la espera de un futuro incierto. Los
abuelos fatigados recorrían con la mirada, los tiernos rostros en que quedaron
sus facciones talladas por el escoplo de los ancestros. Unían sus voces en
oraciones elevadas al cielo, para que jamás se alejaran de bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario