Cuando llegamos al equipo
La chiquillería en el
pueblo, toda era amante del fútbol; en cualquier lugar saltaban las pelotas de
caucho. Dos piedras cubiertas con las camisas, formaban la portería; se
escogían dos bandos equitativamente y comenzaba un partido sin límite de
tiempo. Goles y más goles, eran gritados con emoción desde las gargantas, de
quienes soñaban, llegar algún día a ser los jugadores del equipo federado, que
la administración municipal patrocinaba y que ellos, veían jugar con envidia
cada domingo en principio en la cancha de la Pedrera, después en la Camilo
Torres, del barrio de La Asunción, construida en terrenos de la fábrica Imusa.
Muy pocos llegaron a cumplir sus sueños, pero continuaron admirando la belleza
del toque refinado y el buen fútbol, que los jugadores demostraban en la cancha
en cada jornada y que era un pasatiempo familiar disfrutado ante la elegancia
de frondosos eucaliptus y sauces movidos al vaivén del viento.
Aquel onceno amado, se
quedó haciendo ‘roncha’ en el alma de los pocos que aún subsistimos, pues la
mayoría, se nos anticiparon abriéndonos el lugar, para cuando lleguemos, nos
pongamos el uniforme rojo y blanco que defendimos con honor por las canchas y
que allá defenderemos dirigidos por el Ser Supremo que desde la raya, nos irá
diciendo, que ese encuentro lo hemos ganado, por la fe puesta ante las
dificultades.
Los nuevos del Deportes Copacabana
En algunos sueños, se
escucha el pito del árbitro dando inicio al choque y se percibe el sonido de la
patada al balón que se irá girando hasta el compañero mejor colocado y que
haciendo un driblen, se le escabulle al contendor abriéndose camino encontrando
espacio, para visualizar el arco que se debe perforar para llegar al paroxismo
del gol. El portero, se lanza con salto felino, queriendo detener la esférica,
pero el esfuerzo es inútil, con la mirada entristecida sigue el recorrido y los
oídos alcanzan a escuchar la gritería de los contertulios enloquecidos porque
el marcador, les hace presagiar el triunfo. El sueño se rompe con el tráfico de
la ciudad. La realidad le comunica, que es de los pocos que permanece con la
camiseta puesta sin desteñirse.
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