Siempre lo mismo
En la vida, no solo es
el dinero, lo que da satisfacciones o marca huellas. Existen pequeños detalles
que inundan el corazón de alegría, quedan impresas para siempre y que ni el
tiempo en su transcurrir pueden borrar; están en el consciente agrupados de
forma armónica, para hacer uso de ellos, cuando los recuerdos los llame a
hacerse activos en noches de añoranzas o, cuando, se visualizan, para
narrárselos a la descendencia ávida de recuentos de nuestro pasado. Van
saliendo incólume de las remembranzas, igual que conejos en el sombrero de un
mago, ante las miradas expectantes, de quienes nos compelieron a desahogarnos a
traer el pasado, por el túnel de tiempo, hasta un hoy confuso y sin sencillez,
que quizás poco entienda el valor de lo ingenuo.
El viejo padre ya
pensionado por el Tranvía de la capital, no quería sentirse inútil, pronto se
vinculó a la empresa IMUSA por recomendación de don Jesús Hernández, ambos
estarían como porteros en diferentes turnos. Había que llevarle los alimentos
en los horarios exactos. Once y media de la mañana; la abnegada madre daba las
últimas puntadas en la portacomida. Sobremesa en la parte baja, ‘seco’ en el
siguiente hacia arriba, por último la sopa; a un lado del gancho la cuchara, en
el del frente el tenedor, sobre la tapa envueltas cuidadosamente doradas y
redondas arepas.
Buscando pareja
Se tomaba el aro que
estaba displicente recostado a un costado del lavadero, emprendiendo el viaje
por entre pedruscos, hasta ver asomadas por entre la inmensa puerta, las cargaderas
del venerable patriarca que en el rostro, mostraba la satisfacción de ver a su
“limpia piedra” con las vituallas. Comía despacio, sin desistir de darle buenos
consejos, dejando en cada ‘porta’ una porción. Colocaba nuevamente los
ingredientes de la misma manera; le daba gracias a Dios, una bendición para el
hijo y unas saludes a la vieja.
Más se demora un cura
ñato en persignarse, que él estar sentado en la maga frente a los cañadulzales,
engullendo el sobrado dejado, saboreando el mejor manjar que haya pasado por su
boca. Tenía sabor a ternura, con toques de almibares celestiales y sazonado en
las brasas del amor.
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