Pintura 1
Estaba sentada la
anciana duda, a la sombra de un frondoso árbol, con su ropaje desteñido mirando
intranquila el transcurrir de la vorágine de la existencia. Sus manos huesudas,
no dejaban de temblar. Del raído manto que cubría el rostro, se asomaban unos
mechones de cabello curtidos por el tiempo, que la brisa iba agitando, con el
temor de que fueran desprendidos del cráneo donde estaban aferrados. De lo que se
alcanzaba a percibir del rostro, se notaba que nunca llegó a ser feliz, que
había pasado la vida llena de preguntas, zozobras, angustias, debilidades y que
de esas mismas frustraciones, las transmitió a todo aquel inocente trashumante,
explorador de su amistad. Caminó siempre en busca del débil, entró en la mente
de la juventud, se posó en el nido de los enamorados; era la reina en la
actitud de los políticos y el hada en religiones y sectas. Aquello que tocaba,
se volvía confusión, angustia, desastre.
Demostraba, allí, en
ese paraje en que se encontraba, que jamás hizo gala de una amistad duradera,
en ella, todo era oscilaciones, titubeos, indecisión y perplejidad, cuna
insondable de celos, infidelidad, crímenes, guerras la hecatombe. No estaba
allí yaciendo tal y como se podría ver, tomaba un descanso para fortalecerse,
he iniciar con ahínco las asechanzas sobre la debilidad de un mundo hecho para
su reinado.
Pintura 2
Pasaban a su lado para
darle aliento, los celos, infidelidad, odio, envidia, animándola a continuar
con su derrotero de incertidumbre sobre la humanidad. Con el temor del engaño
en las palabras de respaldo, se aprestaba para volver a las andanzas, corroer a
su paso la felicidad de un cosmos que ella, había labrado en inseguridad,
perfidia, desazón y violencia. Atisbaba aguzando la vista, que por el sendero,
no hiciera aparición su peor enemiga: la certeza; la que con su inmensa
fortaleza destruía la iniquidad de su existencia.
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