BARRIO LAS PALMAS MEDELLÍN
Todo estaba listo. Pinceles agrupados
entre un vaso. Aceite de linaza, los pomos con los oleos multicolores, trapo,
recipiente para limpieza; trementina, lienzo, paleta, caballete y manos a la
obra.
Los ingredientes habían salido, de
dineros ‘capados’ al bastimento casero, esperando, que la consorte, mujer de
armas tomar, no se llegara dar cuenta del desfalco.
En un rincón, ‘agallinao’, empezó hacer la obra pictórica, que tanto
había soñado, desde que se destetó del hogar paterno. Trazos largos y de
colores fuertes. Iba delineando la figura femenina, encontrada en una revista,
para que le sirviera de modelo; se alejaba del caballete, para observar. Sí,
las cosas andaban bien. Untaba y mezclaba en el pincel, colores que le fueran
dando forma y realce. Sentía satisfacción y paz absoluta en lo que realizaban
sus manos, que no sólo fueron hechas para labores bruscas, sino también, para
la delicadeza, el amor y el arte.
Cuando terminara el cuadro, iría a
engalanar uno de los lados de la pared de la sala, en aquel, que quedaba
enfrente de la ventana, para cuando la gente pasara, fuera observada y
admirada. Estaba embebido en los pensamientos y casi listo para firmarla,
cuando sintió un estrépito de rayo. Volaron por los aires la parafernalia
artística, quedando como ‘carne en polvo’; en un instante, alcanzó a ver su
obra desastillarse contra el dintel de la puerta.
La esposa, era el huracán que todo lo destruyó
en un abrir y cerrar de ojos.
¡Ve este langaruto! ¿A vos quién te
dijo que de eso se puede vivir? ¡No me creás tan ‘collareja’! No sólo ensucias
las ropas de los niños, sino el mal ejemplo. Coja oficio mijo, que la vida no
está pa’ bobadas.
Alberto
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