LA CASA DE MI PAPÁ
Seguro, la lombriz, había salido a
explorar la noche anterior, perdió el equilibrio y ya no pudo regresar a su
túnel. Batalló por sobrevivir, hasta fallecer.
Había comenzado a aclarar el día. La
hormiga, sintió en el llamado de sus antenas, olor a comida, lo mismo que la
dirección; llegó hasta el lugar exacto. Se asombró al ver el tamaño de la
presa; sus fuerzas, no eran lo suficientes para cargar aquel apetitoso plato.
¿Qué hacer? Se fue comunicando con sus congéneres, quienes al llamado, fueron
llegando uno a uno, hasta formar abigarrada multitud.
Cada una de las obreras, recibía de la
reina, la orden para empezar unidas el fatigante trabajo de cargar encima del
‘hombro’, el majar que llevarían por entre las hendijas en donde estaban
radicadas, desde que partieron del patio posterior, por desalojo con agua
hirviente de que fueron objeto.
Se fueron acomodando una tras otra,
debajo del invertebrado, esperando el
mandato de alzar. 1, 2 y tres. La lombriz se empezó a mover cargada por la
fuerza de la unidad. El recorrido era extenso y fatigante, pero era necesario
hacerlo. Por días no faltaría alimento en la despensa y el hambre no las
acosaría.
¡Mundo pequeño irradiador de
sabiduría!
“Manque” parezca raro, al ser humano,
le quedó grande el accionar dentro de la comunidad. Es ‘cusumbosolo’, ‘echado
patrás’, egoísta, mentiroso, fanfarrón y otras bobaditas de memoria genética,
que lo hacen diferente a la comuna de pequeños seres, mirados indiferentemente
por encima del hombro. “Ai tá pes”, el meollo; no sabemos agruparnos y menos
compartir. El sufrimiento, la necesidad ajena, nos importa un ‘bledo’; cada uno
se precia el ‘buenavida’ de la creación, cuando solo somos unos
‘calzonsingentes’ y nada más.
Alberto.
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