ATARDECER EN COPACABANA
Se escuchaban los
susurros desde puntos equidistantes, pero el sonido de una
sirena encasquetada en el capacete del Chevrolet de Trasporte Montecristo
reventaba el silencio, hacía volar las tórtolas adormecidas en los palos de
mango, las golondrinas propietarias del campanario y hasta las palomas sin
dueño, buscaban la quietud de otro sitio; sonaba, para avisar a los del vecindarios
que permanecían en los biflorados patios, la llegada de los seres queridos que
por cualquier causa, se habían echado el penoso viaje hasta la capital de la
montaña. Aquellas callejuelas eran pisadas por huellas de historia, de niños
traviesos, de cascos de mula en recuas que llevaban caña dulce para los
trapiches y los asalariados padres para llegar al aposento del aluminio y el
plástico. Uno que otro poseía el bípedo aparato de la bicicleta, los que no,
envidiaban con los ojos el rodar zigzagueante de la Monark o la Coventry
“engalladas” de timbre, espejo retrovisor, guardabarros, farola al frente que
iluminaba en las noches, movido por el dinamo en llanta trasera y la parrilla
para montar pegajosos o parte del mercado.
La
envidia que aquello proporcionaba, la calmó un pensante de la necesidad de los
párvulos y hasta de mayorcitos. En la esquina de abajo donde terminaba la calle
de la Rosca, un día cualquiera de un año ídem, se veían algunas segundonas
bicicletas recostadas perezosamente a la pared a la espera de ‘jundillos’ que
se posaran en los sillines raspados. Eso fue como destapando y haciendo
botellas. La chiquillería colmó el local, ellos felices y los padres,
ennegrecidos de la ira, pues no aguantaban a los hijos pidiéndoles dinero para
alquilar después de la salida de la escuela. Se veían pasar raudos bajando por
la plaza haciendo piruetas a toda velocidad, unos mostraban la destreza
manejando con una mano, otros mas avezados sin tocar el manubrio; mientras
Jesús Gallego (Chucho), iba guardando dinero y, ganándose el odio de las
desesperadas madres que no daban abasto pegando botones, zurciendo camisas y
pantalones, mientras muy quedo le iban mentando la madre.
Alberto.
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